domingo, 5 de noviembre de 2023

Entre este y oeste. Un viaje por las fronteras de Europa, de Anne Applebaum

 



En 1836 Piotr Chaadáyev, uno de los grandes intelectuales de Rusia, observó los mapas y la historia de la expansión rusa y llegó a una conclusión muy distinta de la furia de Pushkin y del desprecio de Dostoyevski por quienes no eran rusos:


"En contra de todas las leyes de la comunidad humana, Rusia avanza solo en la dirección de su propia esclavitud y de la esclavitud de todos los pueblos vecinos. Por esta razón, redundaría no solo en interés de otros pueblos sino también en el suyo propio que se viera obligada a tomar un nuevo rumbo".


Por orden del zar, el Estado ruso declaró demente a Chaadáyev.


Con 27 años Anne Appelbaum, antes de hacerse famosa por su historia sobre el gulag y los campos de concentración soviéticos, se puso en marcha para recorrer los territorios del Este de Europa que habían cambiado muchas veces de Estado, sin formar parte de naciones definidas. Desde el Báltico al mar Negro, desde Lituania hasta Ucrania, pasando por Bielorrusia y el oriente de Polonia, en unas tierras que define como marcas o tierras fronterizas, buscaba las huellas de la demasiada historia que les tocó soportar a los supervivientes de sucesivas invasiones y guerras crueles: los nazis y el exterminio de los judíos; el estalinismo y las deportaciones; el odio entre polacos y rusos.


La caída del muro había sucedido un par de años antes y mientras ella hace el viaje la Unión Soviética se desmorona y los países que la componían declaran su independencia. Algunos de los personajes que entrevista añoran el pasado, otros lo deploran, unos tienen una férrea fe en la nación a la que dicen pertenecer, otros no saben a dónde pertenecen y otros hablan con tiento, temerosos de decir algo inconveniente que les devuelva al tiempo de la deportación y el sacrificio.


El libro original, editado en 1994, aparece en España ahora, en Debate, en medio de la sangrienta invasión de Ucrania por Rusia. Anne Applebaum viajó por los territorios fronterizas del este, naciones cuyo destino era siempre conocerse a través de las historias de otras naciones, pues casi nada estaba definido, la lengua, la etnia, la geografía. Los países por los que pasa parecen zurcidos con retales de territorios que la historia ha ido intercambiando. Ucrania, por ejemplo, tiene territorios que en otro tiempo pertenecieron a Rumanía, Hungría, Polonia o Bielorrusia, un aglomerado de religiones, lenguas y vivencias diferentes de difícil confluencia que, paradójicamente, la invasión sufrida puede ayudar a cimentar en una nación al estilo europeo occidental.


El texto mezcla el relato histórico en torno a la Rus de Kiev con los testimonios de la gente que va encontrando. Así resume Appelbaum la historia de estos territorios:


Cuando la Horda de Oro abandonó esas tierras el ducado de Moscovia se fue expandiendo por ellas, un imperio que fue creciendo sin haber llegado a consolidar una nación, la nación rusa, de modo que según Richard Pipes, cuando desapareció el Estado soviético Rusia se constituyó sobre un territorio que no se correspondía con ninguna 'Rusia' anterior de la historia. Sobre la expansión de Moscovia los zares rusos en el siglo XVII fueron creando un imperio que ocupó territorios de la Ucrania oriental y de la Mancomunidad polaco lituana, Minsk, Kiev y Varsovia incluidas...


Desde 1793 con Catalina la Grande y desde 1830 con los eslavófilos románticos surgió la idea de que la cultura rusa era la descendiente de la Rus de Kiev, qué la lengua rusa era la madre todas las demás lenguas eslavas y que tenían derecho a imponerse y que estaba destinada a desempeñar un papel preponderante en el futuro como la nueva Roma. Las naciones eslavas que lo cuestionasen merecerían ser aplastadas. Despreciaban especialmente a los polacos por haber sido adoctrinados por los jesuitas católicos y a los ucranianos por considerarse los descendientes legítimos de la Rus de Kiev. La Rusia zarista prohibió el uso de la lengua ucraniana...


En 1653 Ucrania cayó bajo el dominio por ruso que duraría tres siglos. Sus habitantes incluso bajo el dominio ruso se consideraban diferentes, rutenos. Para los rusos sin embargo era la pequeña Rusia”.


Y aquí un ejemplo de los testimonios que recoge de un vecino de Kobrin:


Boris Nikoláievich volvió a sentarse en su silla.En 1939 -me explico- más de la mitad de los once mil habitantes de Kobrin eran judíos. Los judíos regentaban todos los comercios. Prácticamente todos los médicos eran judíos. En el centro de la ciudad, todos los edificios eran propiedad de judíos. Las casas de aquella calle eran de judíos... El 23 de junio de 1941 los alemanes llegaron a Kobrin. El 24 reunieron a 150 judíos, se los llevaron fuera de la ciudad y los fusilaron. En julio y agosto volvieron a hacer lo mismo: cada vez 150 judíos, gente detenida en la calle... En octubre y noviembre comenzaron a montar guetos. Había dos: el gueto a para los judíos más ricos y el gueto b para los pobres”.




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