domingo, 26 de noviembre de 2023

Montaigne y la amistad

 


Hay otra forma de buscar consuelo, no en la fe de nuestros padres, tan ingenua pero que a ellos les valía, tampoco el ascetismo estoico que pueden permitirse quienes tienen la vida resuelta por herencia o por algún golpe de fortuna, mucho menos el barato infantilismo crédulo de esta época con el que tantos se conforman, pensemos con Montaigne en el regalo de la vida, en las sensaciones que segundo a segundo nos transmiten los sentidos: el buen vino, los placeres terrenales, la amistad.


La vida de Michel de Montaigne puede dividirse en dos periodos el que comienza en 1558 y el que sigue a partir de 1563. Entre esos dos años vivió con intensidad la amistad con Étienne de la Boétie. Se conocieron en una fiesta, no vivían muy lejos el uno en Sarlat, el otro en Burdeos; fue un flechazo, cada uno impresionado por la inteligencia del otro. Se hicieron amigos, la amistad de Étienne parece que fue mucho más allá. Étienne se haría famoso después de su muerte por un pequeño panfleto, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, un alegato a favor de la libertad y en contra de los tiranos, en tiempo de las devastadoras guerras de religión. Desde 1563, cuando su amigo a los 32 años murió de la peste, Montaigne recordaría inconsolable su amistad.


"Si me instan a decir por qué le quería, siento que no puede expresarse más que respondiendo: porque era él, porque era yo".



Frente al amor por las mujeres, más febril y voluble, un pacto que restringe la libertad y la igualdad si se convierte en matrimonio, la amistad es templada y constante, el único lazo verdaderamente libre entre dos individuos, escribiría Montaigne.


Retirado de la vida pública -fue alcalde de Burdeos en dos ocasiones- a la torre de su propiedad, rodeado de viñedos, junto a una generosa biblioteca de autores clásicos, para meditar sobre el sentido de la vida y buscar algún tipo de consuelo, añorando a su amigo y temiendo encontronazos con los exaltados católicos y protestantes -estuvo a punto de caer en una emboscada- que se odiaban hasta la muerte, los Ensayos de Montaigne, iniciados en 1577, están escritos bajo el signo del escepticismo renacentista: ¿Qué sé yo?


"De sobra tengo que hacer con consolarme, sin necesidad de procurar consuelo a los demás".


Con 56 años cuando, reparando un viejo muro, por dar gusto a su padre difunto, pues no tenía especial apego a su propiedad ni arraigo en el territorio donde le tocó vivir, Montaigne empezó a sentir los primeros indicios de mortalidad, la decadencia del cuerpo (unos cálculos renales que le hacían desear la muerte), las señales de la vejez. En los últimos 20 años había asistido a asaltos en los caminos, saqueos y violaciones en los pueblos cercanos; en 1586 tuvo que abandonar su castillo con su gente por seis meses para escapar de la peste, dependiendo de la caridad de amigos y vecinos. Había visto como la gente común abandonaba sus viñas y morían en los campos, cavaban sus propias tumbas y se tumbaban en ellas a esperar el fin. Montaigne, que trabajó como mediador entre los dos bandos, el de Enrique III católico y el de Enrique IV protestante, amigo de los dos, ofrecía la amistad como el remedio a la locura de la guerra.


En medio del caos descubrió el consuelo del mero hecho de vivir. En ese contexto, entre 1585 y 1588, escribió el tercer volumen de sus ensayos, tomándose a sí mismo como tema. Expediciones a la profundidad de su corazón, comenta Michael Ignatieff: "Cada hombre lleva en sí la forma cabal de la humana condición". Montaigne busca no engañarse ni engañar, el falso consuelo. Rara vez el alma afronta "los males que vienen derechos". El tiempo es el "remedio soberano de nuestras pasiones". Incluso el amor es impotente ante la muerte y el tiempo. Nuestra muerte es solo nuestra, nadie la puede compartir. La empatía tiene sus límites. "Morir no incumbe a la sociedad; es la acción de un solo personaje".


En su larga enfermedad, su amigo íntimo, Étienne de la Boétie había exclamado: "¿Tanto vale la vida?" Montaigne, que treinta años después vive su recuerdo con melancolía, le responde que sí lo vale, si lo aceptas todo: el placer, el dolor, los excrementos, las dichas y las desdichas.


¡Todos somos locos de remate! «Ha pasado su vida en la ociosidad», decimos: «Hoy nada hice». ¡Pues qué! ¿No habéis vivido? Esta no es solamente la fundamental, sino la más relevante de vuestras labores.


(Michel Ignatieff: En busca de consuelo; Antoine Compagnon: Un verano con Montaigne)


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