martes, 21 de noviembre de 2023

Max Weber y la ética de la responsabilidad

 



"Especialistas desprovistos de espiritualidad, gozantes desprovistos de corazón: estos ineptos creen haber escalado una nueva etapa de la humanidad, a la que nunca antes pudieron dar alcance" (El hombre moderno según Nietzsche)

En 1903, con 39 años, Max Weber, el hombre más brillante de su generación, en medio de una depresión profunda que le llevó a viajar durante cinco años por Italia España Portugal y los Países Bajos, llega al museo Mauritshuis de La Haya donde ve el cuadro Saúl y David de Rembrandt. Weber envía una postal con la reproducción del cuadro a su esposa Marianne donde le hace ver los celos que a Saúl le reconcomen porque ve cómo su protegido le supera en la batalla y en el fervor del pueblo. Michael Ignatieff recuerda la relación paternofilial entre Saúl y David y comenta que la interpretación correcta del episodio sería que Weber no ha superado el momento en el que su padre lo visitó contra su voluntad, lo echó 
de su casa y a los pocos días murió, entrando Weber en una gran depresión de la que no se recuperaba. Weber se veía a sí mismo como una caricatura del padre al que había amado y despreciado a la vez.



Tras siete años de vagabundeo y silencio, Weber empieza a leer y más tarde a escribir el ensayo académico que sería su obra más influyente La ética protestante y el espíritu del capitalismo, en 1905. ¿Fue el racionalismo económico que imbuía el protestantismo lo que dio a Occidente la energía capitalista para dominar al resto del mundo? Weber seguía a Lutero cuando, en vez de definir el trabajo como la maldición de Adán al ser expulsado del paraíso (Génesis), opta por citar los Proverbios y hacer hincapié en la asociación entre trabajo, dignidad y orgullo: "¿Conoces a alguien diestro en su oficio? Entrará al servicio de reyes y no de gente mediocre" (Proverbios 22,29). Para Lutero los hombres eran llamados por Dios a una vocación en la que mediante la destreza y el esfuerzo demostraban ser dignos de la gracia divina. "Esta visión del trabajo no sólo eliminaba la maldición de Adán, sino que transformaba el propio mundo, que pasaba de ser un lugar de exilio a ser el reino en el que el hombre podía construirse un hogar y ganarse la salvación en el más allá", resume Ignatieff.

Pero Weber no escribió La ética protestante para validar la interpretación de Lutero -también de Milton en El paraíso perdido- sino para descifrar la quiebra psíquica que se había producido en él. Weber se sentía más cerca de la doctrina de la predestinación de Calvino: los hombres tenían que trabajar en este mundo sin ninguna certeza de que su vocación fuera a resultar digna a los ojos de Dios. Lo que golpeó a Weber en lo más hondo fue la 'sensación de tremenda soledad interior' de la visión calvinista. Como en el caso de Job, vivir en la verdad era vivir sin ningún tipo de consuelo. "A esto se refería cuando hablaba del 'desencanto' del mundo". "La idea de que el trabajo podía dar sentido a toda una vida perduraba, en la memoria y en la cultura, como un residuo nostálgico de una fe que se desvanecía... Lo que quedaba era un deber sin sentido".

Paradójicamente, el descubrimiento doloroso del desencanto y el vacío espiritual de la modernidad capitalista, llevó a Weber al consuelo mediante la erudición, la lectura y la embriaguez del conocimiento, liberándole de la depresión. Sin embargo, no pudo sustraerse al mainstream de sus contemporáneos, un hombre europeo y blanco consciente de su superioridad racial frente a los ejércitos negros y asiáticos, los enemigos de Alemania en la primera Guerra mundial, arrastrado por el fervor nacionalista.




Tras la derrota de Alemania, Weber sintió que había llegado su momento. Ante una generación de jóvenes alemanes que intentaban asimilar el desastre y la derrota (sus clases y conferencias estaban llenas), se lamentaba de la desaparición del consuelo religioso de los viejos campesinos creyentes y les instruía en el Sachlichkeit -realismo objetivo y humildad-, para que aceptasen estoicamente, de acuerdo con Leon Tolstói, que la muerte no confiere ningún sentido, que el conocimiento no brinda ningún consuelo. Weber apelaba a la ética de la responsabilidad, a la vocación del trabajo, a la sobriedad, a la capacidad del ver el mundo tal como es.

El 23 de enero de 1919 Weber se dirigió a una multitud de estudiantes progresistas en la universidad de Múnich para hablarles de 'la política como vocación'. Les advirtió que amanecía una época de reacción, "una noche polar de oscuridad dura y helada"; frente al consuelo de la fe (Dios ya no podía salvarnos pues había desaparecido de nuestras vidas) les ofrecía su versión laica, el trabajo como vocación y el consuelo de la esperanza: "en este mundo no se arriba jamás a lo posible si no se intenta repetidamente lo imposible". “Cada uno de nosotros debe crear por sí mismo el propósito y la esperanza que lo sostenga”, resume Ignatieff. Weber murió a los 56 años de la pandemia de gripe, en junio de 1920.

(Lo que antecede es un resumen del capítulo dedicado a Ma Weber en En busca de consuelo, de  Michael Ignatieff)


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