lunes, 20 de noviembre de 2023

Mahler y el consuelo de la música




En 1804, en Viena, una pianista de veintitrés años llamada Dorothea von Ertmann perdió a su único hijo, un niño de tres años, tras una breve enfermedad. Según cuenta ella misma, cayó en una profunda depresión. Aunque recibía visitas que trataban de consolarla, era en vano. Dorothea pertenecía a una buena familia y había llegado dos años antes con su marido y su hijo a Viena, donde, gracias a sus actuaciones en salones privados, había conocido a Ludwig van Beethoven. Cuando Beethoven se enteró de su dolor, fue a verla a su casa, se sentó al piano y dijo, según el relato posterior de Felix Mendelssohn, que ahora hablarían entre ellos en el lenguaje de la música. Beethoven improvisó durante una hora, a lo largo de la cual Dorothea rompió a llorar por primera vez. Cuando el compositor terminó, se levantó, estrechó la mano de Dorothea y, sin decir nada más, se marchó. Poco después, Dorothea dejó constancia de sus sentimientos en una carta:


¿Quién podría describir esta música? Creía estar oyendo coros de ángeles que celebraban la entrada de mi pobre hijo al mundo de la luz.


(En busca de consuelo, Michael Ignatieff)


El único consuelo que merece respeto, había dicho Nietzsche, es creer que no hay consuelo posible, en contra del gesto de Beethoven, en contra de la obra de su antiguo amigo Wagner, en contra de la experiencia musical y vital de Mahler.


En una de sus cartas escribió Mahler "¿Para que vives? ¿Por qué sufres? ¿Es todo una gran broma aterradora?" Mahler, como Wagner, creía que la música podía sustituir al consuelo que los cristianos ponían en la fe en el paraíso. De ese espíritu nació la música del Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico de la juventud), que introdujo en la Sinfonía nº 4, la vida celestial vista desde la perspectiva inocente de un niño campesino, que alterna el tono alegre con la brutalidad en la imagen de unos santos del cielo que descuartizan corderitos para que se los coman las almas de los benditos. Y después las cinco canciones del Kindertotenlieder (Canciones a la muerte de los niños) que seleccionó del conjunto de poemas que un joven profesor alemán, Friedrich Rückert, había escrito setenta años antes a raíz de la muerte de dos de sus hijos a causa de la escarlatina. Mahler creó una secuencia narrativa que trataba de transmitir el sentir del padre, de la incredulidad al dolor atroz, la amargura y la aceptación. En la última canción Mahler transmite a través de los últimos compases -que se van apagando hasta dejar paso al silencio- un estado de aceptación emocional en el que el padre cree que los niños están en paz para dejar atrás el dolor. La filósofa Martha Nussbaum ve este pasaje "como el sueño no de la comodidad, sino de la nada... El conocimiento de la imposibilidad de cualquier amor, de cualquier esfuerzo reparador". Mahler quiere decir, según Nusbaum, "que el mundo del corazón está muerto". Para Michael Ignatieff, en cambio, la calidez y la dulzura de los últimos compases, evoca sí la quietud de la muerte, pero con la intención de consolar, el oyente de su música "aprueba que transforme la idea de la muerte en una visión de paz y sueño".


Mahler era hijo de un posadero judío de Iglau, una pequeña ciudad de Moravia, en la actual Chequia. Su padre era un tirano irascible; su madre, una mujer coja y siempre embarazada, víctima de su marido. Mahler con quince años huyó a Viena con la intención de estudiar música. En cada partitura estaba la memoria del dolor por la muerte de sus hermanos, en especial del benjamín, Ernst, que cayó enfermo en 1875 -Mahler le inventaba cuentos al pie de su cama. Mahler le contó a Freud que recordaba escenas de la infancia y que cuando componía interrumpía pasajes de sublime tristeza con notas bruscas de una frivolidad discordante y estridente.


Cuando Mahler vivió una experiencia parecida a la de Rückert, la muerte de su hija Marie, concebida por Alma Mahler, también de escarlatina, no encontró consuelo inmediato. Dimitió de su cargo en la Ópera de Viena, aunque siguió componiendo con menor intensidad; sin referirse a la muerte de su hija, el dolor estaba en el melancólico adagio de su 6ª Sinfonía, Der Abschied (El adiós) y en el movimiento final de su Das Lied von der Erde.


¿Adónde voy?

Vago por los montes.

Mi corazón solitario busca la paz.

(Lo que antecede es un resumen del capítulo dedicado a Mahler en En busca de consuelo, de  Michael Ignatieff)

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