jueves, 16 de noviembre de 2023

Lincoln y la reconciliación

 



En 1861, en su primera toma de posesión, cuando la Unión estaba a punto de romperse y dar comienzo la guerra, Lincoln terminó su discurso diciendo:


"Me cuesta terminar. No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Aunque la pasión los hayas tensado, no debe romper nuestros lazos de afecto".


Ni amigos ni enemigos le hicieron caso; siguieron cuatro años de sangre y matanza.


Un hombre moralmente responsable como Lincoln se veía obligado a ordenar con gran remordimiento la ejecución de un desertor o el envío de jóvenes al campo de batalla, al tiempo que ofrecía consuelo a los familiares que habían perdido a sus hijos en la guerra: habían muerto por una buena causa, les decía, incluso por una causa sagrada que Dios bendecía. Lincoln creía que "al dar la libertad al esclavo, aseguramos la libertad al libre", y con ello preservamos la "última esperanza de la tierra", pero no estaba seguro de que acabara siendo así. ¿Tenía algún sentido la guerra? ¿Alguna causa merecía la pena morir por ella? "Ambos bandos condenaban la guerra; pero uno de ellos estaba dispuesto a hacer la guerra antes de permitir que la nación sobreviviera; y el otro estaba dispuesto a aceptar la guerra antes de permitir que pereciera". Marx y Condorcet habían creído que la historia podía moldearse para realizar las esperanzas de los hombres. ¿Era cierto? En el curso de la guerra, Lincoln se dio cuenta de que los acontecimientos dependían del azar, de la fortuna, del genio humano y del error, y que todo esto era impredecible, imprevisible, pero ¿podía prepararse la reconciliación? A esa misión se entregó Lincoln tras su segunda investidura.

En el segundo discurso de investidura tenía que encontrar algún ámbito de consenso que obligase a cada bando a reconciliarse con las ilusiones que ambas partes habían compartido, aunque lucharan por ideales que jamás podrían compartir. ¿Qué discurso podían compartir las dos partes aún en guerra? El dolor común, el arrepentimiento compartido y la reconciliación. Lincoln entendía que el consuelo, el perdón y la reconciliación estaban interrelacionados. ¿Podía el Norte perdonar al Sur por la guerra, podía el Sur aceptara su derrota, que ambos se reconciliaran reconociendo las pérdidas de cada uno? Cómo dar sentido a la guerra, que las muertes no fueran en vano. Esta era la idea que quiso transmitir en su discurso: la esclavitud americana era el pecado original que ambas partes debían reconocer y la guerra civil el justo castigo de Dios por este pecado.


Lincoln acude al salmo 19, "los mandatos del señor son rectos", para proclamar que el sentido último de la guerra estaba más allá de la comprensión de los hombres y mujeres de ambos bandos: los vencedores no podían interpretar su victoria como la recompensa de Dios, como tampoco los vencidos podían interpretarla como su castigo. Los dos bandos creían tener a Dios de su parte. La humildad a la hora de encontrar el sentido último de la guerra creaba el espacio para la misericordia, el espacio necesario para una política de reconciliación.


No todo el mundo vio la grandeza de su discurso. Entre los que lo escuchaban estaba el asesino que cuarenta y un día después lo mató. 151 años después, cree Michael Ignatieff, las heridas de la nación por esa guerra aún no se han cerrado.


Es esta hora en que parece haberse alzado un muro infranqueable entre españoles,¿hay alguna posibilidad de reconciliación? ¿Hay algún discurso que pueda servir a todas las partes? Parece difícil, pero seguro que aparecerá una figura política capaz de lograrlo.


(Lo que antecede es un resumen del capítulo dedicado a Lincoln en En busca de consuelo, de Michael Ignatieff)



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