martes, 14 de noviembre de 2023

Hume, la autorrealización como forma de consuelo

 


Muy joven, con 19 años, David Hume sufrió una fuerte depresión que al mismo tiempo era una crisis filosófica: los clásicos (Cicerón, Séneca, Plutarco) no habían entendido la realidad de la naturaleza humana. Su mente era un volcán, obsesionado por las ideas de “muerte y pobreza, y vergüenza y dolor y demás calamidades de la vida”. Abandonó la casa familiar en Escocia y se dirigió a Bristol, con la intención de trabajar como comerciante. No duró mucho. Pasó el canal, se estableció en el valle del Loira, en La Flèche, y entre 1734 y 1736 escribió el Tratado sobre la naturaleza humana. El acabar tenía 26 años.


Hume cuestiona la naturaleza de la causalidad, que no es una relación real entre las cosas, sino una creencia convencional inducida por la observación de una correlación constante entre causa y efecto; se saca de encima la idea de que los seres humanos tengan alma y argumenta que todos morimos con nuestro cuerpo; más, Hume escribe que mi 'yo' se desvanece cuando duermo y cuando muera no seré nada, un 'no ser perfecto', poniendo en duda la identidad personal. El joven Hume socava los pilares sobre los que había descansado la razón occidental: la causalidad, la identidad y el alma no eran más que ficciones. La razón no era la dueña de las pasiones, como habían sostenido los filósofos estoicos, sino su esclava, lo que minaba su propia ambición de fundamentar el pensamiento en una ciencia experimental de la naturaleza humana. ¿Cómo podemos confiar en razonamientos fundados en experimentos mentales si, al examinar nuestro pensamiento no es más que un revoltijo de deseos y anhelos, fantasías e imaginaciones?


¿Entonces? La filosofía no ofrece consuelo, pero la compañía humana sí. Lo que consuela es la vida social: sus juegos, rituales, honores y recompensas. Hume junto a otros escoceses, Adam Smith y Adam Ferguson, forjó la nueva ciencia del hombre que se rebela contra la idea de que el orden depende del consuelo de una vida más allá de la muerte. Ese orden es posible si bajamos la vista a la vida económica y social, donde existen la cooperación y el intercambio.


Hume es implacable en el tema de la fe: el hombre ha inventado a Dios para consolarse de la injusticia y la dureza de la vida, no hay consuelo en esas ilusiones. En la hora de su muerte, Hume no vaciló, quiso morir tal como había vivido sin el consuelo de la fe. Frente a los teólogos, frente a James Boswell y a su amigo Samuel Johnson, que le visitaban, su muerte se convirtió en un hito histórico, afirma Ignatieff en En busca de consuelo, un signo de que empezaba a alumbrarse una nueva forma de morir, y por tanto una nueva forma de pensar en la consolación.


En un solo día, 18 de abril de 1776, Hume escribió Mi propia vida: lo que demuestra que has llevado una vida buena es que hayas sido fiel a tus ambiciones y te hayas abierto un camino. Había creado una nueva forma de consuelo: la autobiografía como relato de autorrealización. 


(Este texto es un resumen del capítulo dedicado a Hume en En busca de consuelo, de  Michael Ignatieff)




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