sábado, 7 de octubre de 2023

Pamukkale, Hierapolis, Sardes

 


A primera hora de la mañana antes de que el sol aparezca en el horizonte salimos del hotel termal y nos dirigimos a una estación de globos. El objetivo, ascender a lo más alto -subiremos hasta los 1000 metros- para ver el contraste entre los coloridos globos y el sol saliendo en la lejanía y abajo las formaciones que el agua ha ido creando por el goteo de la calcita que arrastra el agua hasta formar las pequeñas piscinas. El agua deposita el carbonato de calcio en forma de gel blando que finalmente cristaliza en el blanquísimo mármol de travertino que ha hecho famoso al valle del río Menderes, el clásico Meandro, donde se asienta Pamukkale o 'castillo de algodón'. 




Pero así como a los ricos romanos se les atraía a Hierapolis con la promesa de llevarles plácidamente al Hades para reposar en magníficos sarcófagos que luego eran saqueados por los encargados de cuidarlos, al turista se le atrae hacia estos hoteles pseudo lujosos para que coma todo lo que quiera y gaste su dinero en una felicidad igualmente huidiza. Hemos subido en globo pero no hemos visto lo prometido.




Hierápolis ('ciudad sagrada') fue construida por un rey de Pérgamo como balneario termal a principios del siglo II a.C. en época del Imperio Seléucida, en el lugar donde había un rito frigio a la diosa Cibeles; tras un terremoto fue reconstruida por los romanos en torno a las abundantes aguas termales del lugar, hoy conocido como Pamukkale. Ante la fama del balneario, acudían los ricos ciudadanos del Imperio romano para curarse o para pasar sus últimos días, así lo demuestra la gran necrópolis, con tumbas de gente conocida como la del molinero Marco Aurelio Amiano, en cuyo sarcófago hay dibujado un molino de agua: un relieve que presenta la primera máquina conocida, un mecanismo con manivela y biela; también la tumba del Apóstol Felipe. Se calcula que podía albergar 30.000 tumbas. Hierápolis fue antes que nada un enorme cementerio.




Sardes, la del mítico rey Midas que convertía en oro cuanto tocaba, estuvo habitada durante al menos 3500 años. Fue dominada por hititas y micénicos antes de que en el siglo VII ac. el lidio Creso conformará un pequeño imperio, que en buena parte está por excavar. En el 547 ac. fue conquistada por Ciro el Grande. Creso, según Herodoto, ante el avance persa, había consultado el oráculo de Delfos que le había indicado que un rey cruzaría un río y otro rey perdería un reino. Creso perdió Lidia. Mientras Ciro y Creso departían, aquel le dijo al lidio '¿No oyes el saqueo de tu ciudad?' Creso le contestó: 'Es tu ciudad la que saquean'. El ejército de Ciro saqueo e incendio la ciudad a conciencia. Entonces Sardes se convirtió en una satrapía persa, iniciando el camino real que llevaba hacia Persépolis. Con la conquista de Alejandro en 334 a. C., Sardes adquirió su definitivo carácter griego. De entonces son los edificios que presenciamos -hay mucho que por desenterrar: el gimnasio, un teatro, un hipódromo y el enorme Templo de Artemisa que a todos nos ha admirado por sus grandes y blancas columnas jónicas. Los romanos siguieron embelleciendo la ciudad desde el 219 ac. El mongol Timur el cojo acabó, en 1402, con una Sardes ya en decadencia hacía siglos.




Turquía entierra más tesoros de los que muestra. Las excavaciones es Sardes comenzaron cuando se descubrió una enorme cabeza de mármol de Faustina la Mayor, esposa de Antonino Pio, en el recinto del Templo de Artemisa; formaba parte de un par de estatuas colosales dedicadas a la pareja imperial. 




La excavaciones dirigidas por los británicos y luego por americanos fueron restaurando los baños y el gimnasio y las 'espectaculares' termas de Caracalla que se han hecho con criterios anteriores a la normativa de la UNESCO. Es notable la sinagoga judía con grandes mosaicos en el suelo, las casas y tiendas tardorromanas, y una zona industrial que procesaba oro puro y plata.


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