lunes, 30 de octubre de 2023

La flecha del tiempo

 



Cuesta recorrer el tiempo a la inversa. Imagina que te levantas de la cama donde te estás muriendo y empiezas a recorrer tu vida hacia atrás, literalmente caminando hacia atrás hablando hacia atrás, que vas recuperando el vigor físico que alguna vez tuviste, que desaparece el reuma los dolores, dando curso a tu rutinas y hábitos hacia atrás, que recuperas el pelo que se te ha caído, que desaparecen las manchas de la piel (imagínate que entras en el retrete y los líquidos y sólidos no salen del cuerpo sino que entran en él, y al contrario cuando comes, vomitas en vez de tragar); imagina que lo primero es romper con tu mujer, discutir con ella antes de encamarte y antes de enamorarte de ella; claro que cuando estás a la mesa para comer no entran los alimentos sino que salen, que te despiertas por la noche y te acuestas al amanecer, que lees los libros hacia atrás, como cuando hablas, que pronuncias a la inversa todo al revés. Cuesta acostumbrarse pero supongo que a Martin Amis le costó mucho más escribirlo. Un tour de force que se dice.


El tour de force no sólo es el del autor intentando escribir a la inversa sino también del lector queriendo seguir su peripecia. Cuesta saber a dónde quiere llegar en el rejuvenecimiento progresivo del personaje desde sus últimos días en Nueva York a sus días en Berlín y antes en Solingen, donde acabará entrando en el vientre de su madre. Desde el punto de vista técnico hay que alabar lo que hizo Amis, sin embargo hay que preguntarse por el objetivo de la novela, ¿demostrar su habilidad técnica o algo más? Es ese algo más lo que queda en el aire. Por ello hay pasajes en que uno aprecia la escritura de Amis y otros en los que la maldice porque uno no acaba de entender del todo. Para uno no cultivado en el idioma de Shakespeare, es una barrera más comprender los chistes y las alusiones, también las citas poéticas y literarias, conque llena continuamente el relato, un hábito que desgraciadamente no tienen los escritores en español.


Uno de los ramalazos de humor, ese sí inteligible, es la comparación, el contraste que hace, cuando el protagonista está en Berlín al final de su trayecto, cuando tiene 21 años y se acaba de emparejar con Herta y esperan un bebé, entre la impotencia sexual que padece y su conciencia de omnipotencia por pertenecer a la raza y al país al que pertenece: 'Soy poderoso y nada puedo hacer'.


En la marcha del tiempo hacia atrás se dan cosas paradójicas como lo que sucede con los judíos: “En ese punto, los judíos habían empezado a ser disueltos de sus concentraciones, canalizados al seno de la sociedad, y nos cupo contribuir a desmantelar y a dispersar los guetos en donde se iba constantemente la luz, donde los niños parecían todos ancianos abrumados por la sabiduría, en donde todo el mundo se desplazaba con demasiada lentitud o con excesiva rapidez incluso como medida provisional, para salir del paso", se dice el protagonista tras haber pasado por Auschwitz y Treblinka.


Hay un problema técnico que Amis resuelve de un modo no convincente. En la vida real la memoria nos ayuda a recordar o a fantasear sobre lo vivido, pero qué hacer cuando venimos del futuro. Amis yuxtapone una segunda conciencia al protagonista, que es quien narra, que tiene presente de dónde viene pero no a dónde va. Sabe todo del futuro pero lo desconoce todo del pasado.



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