domingo, 15 de octubre de 2023

Hagia Sophia

 



Haciendo tiempo para entrar en Santa Sofía, desde la gran obra de ingeniería que es la cisterna, caminamos por encima del hipódromo, que construyó Septimio Severo y acabó Constantino en el siglo IV. Solo quedan tres de los monumentos que se fueron añadiendo en la espina: la base de la columna de las serpientes que se trajo del templo de Apolo en Delfos y los obeliscos de Teodosio y Constantino. El hipódromo debió ser impresionante (450 por 130 m) cuando en los mejores días 100.000 gargantas a lo largo de la pista coreaban el nombre de los aurigas rivales, azules o verdes, en la carrera de cuádrigas; con tanta pasión se entregaban que hasta ocasionó una sangrienta guerra civil, la Niká en 532.

Sultanahmet Camii

Teodora era hija de un domador de osos que trabajaba en el hipódromo. Los ingresos no debieron ser suficientes pues Teodora ejerció en un prostíbulo, si hemos de creer al libelo que contra ella publicó Procopio de Cesarea tras su muerte. Teodora, mujer de carácter, se convirtió al monofisismo, que sostenía la naturaleza únicamente divina de Jesús, frente al cristianismo oficial que lo considera hombre y Dios al mismo tiempo, y se dio a viajar por Oriente Medio y África junto a un comerciante llamado Hecebolio, al que abandonó cuando él la maltrató. Volvió a Constantinopla y se dedicó al teatro, cuando actriz y puta iban de la mano; ahí parece que la conoció Justiniano, el sobrino del emperador. Justiniano hizo cambiar la ley para poder casarse con Teodora; tanto la amaba que cuando su tío murió hizo que les coronasen como emperadores conjuntos, tal como aparecen en el mosaico de San Vital de Rávena. 


Hipódromo


Cuando estalló en el hipódromo la revuelta de Niká, en 532, una guerra civil entre verdes y azules, es decir, entre comerciantes y terratenientes, entre monofisitas y cristianos ortodoxos, se mostró quien era el ‘hombre fuerte’ de la pareja. La multitud incendió la ciudad; Justiniano aterrorizado quiso huir pero Teodora no le dejó. La rebelión fue sofocada por el general Belisario: rodeó a los rebeldes en el hipódromo y los masacró. Murieron unas 30.000 personas. Se dice que las principales medidas del largo periodo de la pareja las tomó Teodora: apoyó leyes que otorgaban derechos y protección a las mujeres y a los monofisitas. Cuando murió, joven (48 años), Justiniano la lloró y, siguiendo sus deseos, compiló la gran obra del derecho romano, Corpus Juris Civilis, base del derecho civil todavía hoy. La Iglesia Ortodoxa no creyó a Procopio porque la declaró santa.



Una gruesa y larga cola moviéndose lentamente espera para entrar en la Santa Sabiduría, con paradas frecuentes de treinta minutos para que los que están dentro vayan saliendo. Frente a frente están los dos edificios más imponentes de la ciudad, la Haghia Sofía y la Mezquita Azul. En los dos hay colas, aunque menos en esta. En medio hay un estanque circular. Se pueden obtener bonitas fotos pero no veo entre la multitud a muchos que observen los edificios en su conjunto, ni se pregunten si las cuatro esbeltas lanzas que guardan las cuatro esquinas de la basílica-mezquita-museo son torres o minaretes. 




Cuando ya estamos dentro, entonces sí, la gente saca sus cámaras para hacerse selfies. Aunque es casi imposible mostrarse en el edificio aislado de la multitud. Me recuerda a la gente en el Louvre corriendo hasta llegar a la Gioconda, asediada por círculos compactos de gente que quiere fotografiarse con el cuadro de Leonardo detrás. En estas condiciones es imposible tener una experiencia estética ante la obra de arte. No solo lo imposibilita la masificación de las ciudades y los museos, también la falta de educación de los sentidos y el cultivo de la sensibilidad. En el caso de Hagia Sophia, también de la Mezquita del Sultán Ahmet, la masificación destruye el objetivo para el que fueron construidas, la experiencia del silencio. No hace falta ser creyente para quedar sobrecogido ante un espacio de difícil comprensión para uno que no domina la matemática de la arquitectura. Quienes lo idearon querían conducir al visitante desde la perplejidad al misterio de Dios. 




Hay escritores que hablan de cómo una experiencia mística -hierofanía- los sobrecogió hasta llevarlos a la conversión: René Guenon, Roger Garaudy, Mircea Eliade; Paul Claudel, Cat Stevens o Karen Armstrong transitaron entre el catolicismo y el Islam. En su caso la experiencia estética se fundía con la mística. Es obvio que el turista no tiene más ojos que los de su cámara, ni los puede tener. Más que asistir a un espacio de oración acude a un centro comercial.




Sancta Sophía ('Iglesia de la Santa Sabiduría de Dios') de Constantinopla esta ahí desde hace más de 1500 años; fue inaugurada en el 537. Arrasada en el incendio por los rebeldes de la Niká, a Justiniano y Teodora se les brindó la ocasión de hacer la obra más grande de la cristiandad. No hace falta conocer los detalles -la gran cúpula de 31 metros de diámetro por 55 de altura, sostenida por cuatro pechinas y dos semicúpulas laterales para encajarla en su planta casi cuadrada- para admirar su increíble ligereza e ingravidez, a la que ayudan las ventanas que la rodean y la iluminación natural, pues parece flotar sobre el gran espacio en el que si estuviese solo sentiría mi pequeñez.




Tan grave como la masificación es el intento de los gobernantes de apropiarse de un espacio que no les pertenece. El arte sobrepasa las intenciones de sus productores. Santa Sabiduría es más grande que Justiniano y Teodora; acaso el rapto imaginativo de Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, los arquitectos, pudo explicar adónde quisieron llegar. El sultán Mehmed II la convirtió en mezquita. Mustafá Kemal Ataturk ordenó que fuese museo y el actual dirigente de Turquía, a quien no quiero nombrar, aprovechando la pandemia, la reconvertió en mezquita. Los extraordinarios mosaicos originales son invisibles, o inaccesibles en el primer piso o tapados por bandas de tela, como es el caso de la Virgen con el Niño del ábside. A día de hoy, es imposible una experiencia estética ni por supuesto mística.



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