domingo, 24 de septiembre de 2023

El extraño caso de los votos mutantes

 


Unos pocos ciudadanos en el momento de votar dudan y a menudo cambian de partido. En democracia siempre ha habido un reducido grupo de votantes que basculaba hacia un lado o hacia el otro corrigiendo el rumbo torcido de la política española, mejorándola, centrándola, atenuando los defectos del sistema. Algo había hecho mal el equipo de gobierno para que estos ciudadanos mestizos, fronterizos, migrantes inclinasen su voto en otra dirección. Todo el mundo sabía que había líneas rojas que no debían cruzarse.


Ese grupo dejó de ser útil cuando se forjó la Coalición Frankenstein entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 2018, cruzando líneas rojas que han desestabilizado el sistema. Alguien urdió una alianza diabólica y un partido que hasta entonces jugaba en el centro político decidió desplazarse hacia los extremos, aceptando los votos de diputados que hasta entonces no se consideraban democráticos. Se formó un bloque que hizo inútiles los votos mestizos. Esto ha dividido a la ciudadanía en dos mitades aparentemente inconciliables, en dos placas tectónicas cuyo movimiento es difícil de prever.


Todos tenemos amigos inasequibles que siempre votan en la misma dirección, fieles a un partido o a un bloque. Cuando hablamos con ellos son razonables en muchos aspectos y parece que puedan contemplar opiniones diferentes sobre un asunto. Pueden aceptar que haya un problema económico grave, una disfunción, temas sociales mal resueltos, pero nunca aceptarán que el partido del gobierno si es el suyo tenga algo que ver en el asunto. En la definición de su fe lo principal es el amor a su iglesia y el odio a la de enfrente.


Si sale el asunto político en la conversación, y sale a menudo, somos los que cambiamos el voto quienes tenemos que justificar por qué lo hacemos ante la mirada escéptica si no de reproche de quienes votan a piñón fijo. Ellos raramente se ponen en la situación de explicar por qué siempre votan en la misma dirección. También hay quienes habiendo cambiado el voto se callan o lo dan a entender pero sin dar razones, probablemente por respeto o miedo a sus amigos que no comprenderían su actitud cambiante.



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