sábado, 23 de septiembre de 2023

La escarcha y la lumbre, de Gerardo Guaza

 


En La escarcha y la lumbre Gerardo ha agrupado un conjunto de poemas para formar una colección que no es unitaria porque están compuestos en diferentes años y con diferentes temas, por lo que hay que apreciarlos uno a uno intentando dejarse llevar por el ritmo, por alguna metáfora (la luna se estremece / como una colegiala / ante su primer beso) o por una rememoración. No todos tienen el mismo valor para el lector, todo depende del momento en que uno los lea, pues del mismo modo que la musa aletea en la antena del poeta cuando pone el oído para que arrebate sus dedos, también la musa cae en el oído del lector según el estado de ánimo en que en ese momento se encuentra. Ayuda el ritmo que Gerardo imprime a cada uno de sus poemas. Tomados uno a uno casi todos son buenos, me cuesta escoge uno sobre otro.


Me gustaría que mi vida

fuera de celuloide,

sinuosa y flexible

con piel de fotogramas,

(de Blade Runner)


donde el mar y la montaña

copulen sobre un lecho de brisas

(Le dice a la amada en La espera)


En buena parte de los poemas el tiempo se extiende hacia atrás, dibujando un mapa que le lleva al 'rubio páramo', añorando una tierra que no le pertenece, 'la tierra del barro y la paja', recuerdos que ha cogido de sus seres queridos más que suyos propios, pues afirma:


yo nací en la mar,

su azul es mi cielo,

su espuma mi nieve


Aunque dominan el tiempo y la memoria como temas centrales, sorprende que haya también algún poema religioso como Flagelación: 'lacera en látigo la espalda de Jesús', o de temática histórica como el que dedica a Don Suero en el puente de Órbigo, El paso honroso, tan bien medido y con hechuras clásicas. Los hay dedicados a lo literario como el largo poema a los heterónimos de Pessoa o al amor a una amada sin nombre ('luna, mujer, misterio') que ha dejado una profunda herida.


Hay comparaciones osadas pero bien resueltas como el ajedrez y el amor o el sueño como un viaje en tren. He releído en ocasiones distintas para poder apreciarlos, pues la poesía no se puede leer con prisa ni de corrido. Si encuentro algún defecto es en el remate, el último verso, de algún poema.


Destacaría alguno, como las metáforas encadenadas del amor en Mariposas verdes, el amor atrapado en la melaza de Walcott de El promontorio, las sinestesias de Las palabras, el bajo continuo de Caminaba en silencio o la comparación de las fichas de dominó en el mármol de una mesa con el tambor de una galera en Dominó. A veces una metáfora te sorprende cuando ya dejabas el poema:


El espejo es ya ventana

por el que la luz respira

como un pulmón siempre henchido

(de El espejo)


Como suele ocurrir los poemas incidentales basados en alguna noticia, en alguna imagen que nos ha impactado no son los mejores aunque cuando los escribimos y ponemos el alma en ellos nos parece que sí lo sean. Por ejemplo La cumbre del hambre o El niño sirio, sobre aquel niño abandonado en una playa que tanto nos impactó.


Después de releerlo como digo y no encontrar ningún poema menor, veo el peso quizá excesivo del pasado, los demasiados recuerdos, hasta que la evocación alcanza un sentido inesperado cuando se hace opaca la noche que se adivina en esta cuarteta:


El pasado me arrastra

a su terreno

y los versos que escribo

me dan miedo.

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