sábado, 30 de septiembre de 2023

Con el AVE a Estambul

 


Unos minutos en el hall del aeropuerto de Estambul que tanto se parece a la T4 fosteríana de Barajas. Todavía no hemos llegado al momento en que el viaje de un lugar a otro por muy alejado que sea sea un instante. Creo que no hemos valorado suficiente el tiempo que la tecnología nos ahorra y extiende. Nos lleva más lejos más descansados más cómodos, pero aún no lo suficiente. Qué será de nosotros cuando se nos ahorre todo esfuerzo, cuando el cansancio físico desaparezca. Por fuerza seremos una especie nueva: es imposible adivinar como seremos entonces. Ahora estoy aquí cansado después del viaje desde Madrid pero sobre todo del accidentado viaje de Burgos a Valladolid y luego Madrid. El ave que era la maravilla española ha salido averiado de Burgos, traqueteando, los técnicos pensaban que sobre la marcha lo podrían arreglar pero no lo han hecho, ni siquiera cuando en Valladolid nos han dicho que en 10 minutos estaba. Luego que había que esperar a que un ave remitido desde Madrid recogieron los pasajeros. Al final hemos cogido un avant. Teníamos el tiempo justo para llegar a Barajas y facturar; estresante. El cansancio llega de golpe en Estambul, antes de cambiar hacia Antalya. Las vacaciones infinitas del jubilado son muy cansadas. 


Me hubiera gustado hacer una descripción del aeropuerto estambulitano; el contraste entre las minifalda y las abayas, entre mujeres tocadas y destocadas, hombres por el contrario vestidos cada uno a su manera sin seguir reglas o no tan evidentemente, una muestra en conjunto de mundos posibles, aunque me engañaría a mí mismo si no reconociese que esos mundos, la mayor parte no caben en un aeropuerto (es un porcentaje mínimo de humanidad la que ha pisado un aeropuerto); el aeropuerto, una especie de jardín tecnológico dónde se combinan los árboles biológicos y los árboles tecnológicos, palmeras luminosas, sus frutos, focos y leds, jardineras con arbolillos y arbustos de ornamento, añádanse vehículos silenciosos, es decir, eléctricos en el interior para desplazar a la gente de una a otra parte del enorme aeropuerto, la tecnología inalámbrica y kioskos de comida y bebida tan bien camuflados que uno no tiene le impresión de agobio, de tentación y irrechazable, todo combinado para absorber el ruido, de modo que solo se escuchan murmullos, un diseño como pocos aeropuertos donde se busca el sosiego del viajero y a fe que lo consiguen porque en pocos minutos he conseguido relajarme y olvidar a la maltrecha Renfe, antiguo orgullo del Estado.



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