jueves, 28 de septiembre de 2023

Chevreuse, de Patrick Modiano

 



¿Acaso no le había enseñado su profesor que la prosa y la poesía no están hechas sin más de palabras, sino sobre todo de silencios?


Impresiones de lectura.


Qué maravilla 'Chevreuse', cómo la memoria a fuerza de insistir día a día, o tarde a tarde, va recomponiendo la realidad huidiza como un puzzle que se va completando; una realidad nada estática pues está hecha de periodos temporales alejados, por un adulto que recuerda 50 años más tarde a personajes que le vienen de pronto a la conciencia con un nombre o con un apelativo y que tirando de ellos y de los lugares en que los conoció le llevan a otros nombres y a sucesos que intenta despejar en la niebla en la que siempre se mueve la memoria, niebla que se adensa cuando en vez de la memoria aparecen ensoñaciones de los mismos lugares y con los mismos personajes. Para confundir más al lector, el objeto de la recomposición no es tanto lo que sucedió en un piso de París, junto a la puerta de Auteuil, donde el narrador, que se describe en tercera persona, se ve con la cuidadora de un niño que le ayuda a desentrañar el misterio que rodea a una serie de personajes, ni la casa junto al valle de Chevreuse, dónde 30 años atrás, le llevan Camille y Martine Hayward, una vez, y esta, otra vez, dónde el narrador estuvo viviendo, sino lo que le sucedió siendo él un niño quince años aún más atrás.


Lo interesante de esta novela es que el escritor va contando cómo su imaginación empieza a trabajar y cómo su memoria a recordar; roba una fotografía y una agenda de casa de un personaje, Guy Vincent, al que ha llegado mediante el recuerdo de otros ("Me facilitan las cosas para componer un personaje de novela" le cuenta a 'Calavera', o más bien Camille Lucas, de quien se ha servido para el robo). Es en esa agenda donde el narrador Jean Bosmans encuentra su propio nombre en un periodo que corresponde a cuando él casi estaba en pañales.


La narración como la memoria va destapando paisajes, personajes y tramas. Casi todos asociados a la memoria del escritor (el Marcel Proust de la segunda mitad del siglo XX), la ciudad de París de la posguerra. Con los datos o sugerencias que el narrador va ofreciendo el lector trata de construir su propio puzzle. Hay una trama de mercado negro en la posguerra, objetos valiosos que se ocultan tras una pared, a la que el lector acostumbrado a las novelas de acción da una importancia mayor que lo que el narrador pretende, que es reconstruir sus años de infancia olvidados. Y mientras el lector pugna por saber el autor manifiesta el deseo de callar, de ‘practicar el arte de callar’ como él dice, pues quizá le iba la vida en ello ante los que deseaban encontrar el tesoro oculto, si es que lo había. El lector se conchaba con los malos que tienden trampas al narrador (la escenografía del despacho de Guy Vincent; las idas y venidas con Camille y Martine) para ayudarle a recordar, pues piensan en lo frágil de la memoria de un niño que hay que remendar, mientras el autor quiere defender al niño que sabe dónde está oculto lo que ellos buscan. Unos y otros ven en los recuerdos del pasado cosas distintas, el protagonista y 'los imbéciles', el narrador y el lector. Ese es el hallazgo de esta novela. Mientras los demás le persiguen o le tienden trampas para que hable, él se comporta como un espectador nocturno o busca la soledad de las playas del sur para iniciar y acabar el libro que quiere escribir sobre lo que la memoria le está recordando.


Cuando el narrador termina la novela que dice estar escribiendo, los personajes de los que se ha ocupado desaparecen. "Eso demostraba que entre la vida real y la ficción existían fronteras confusas". Cuando, por última vez, vuelve a visitar la casa, en el valle de Chevreuse, la casa que la naturaleza está empezando a desmontar, donde vivió y que ha intentado rememorar, la habitación donde estaba escondido el tesoro del mercado negro que otros querían encontrar, de eso hace 30 años, lingotes que no eran de oro sino de plomo y sacas de billetes ya caducados, en todo caso, dice entrar en una zona donde el tiempo estaba suspendido.


A menudo tengo la impresión de que estoy leyendo a Javier Marías. La resonancia de los nombres: Michel de Gama, René-Marco Heriford, Philippe Hayward; los objetos: la agenda, el mechero; los lugares: el piso de Auteuil, el valle de Chevreuse y la calle de Docteur Kurzenne, para poner en marcha la memoria; las cláusulas de estilo: "Las palabras 'Espere... ahora vuelvo', sin cumplir jamás la promesa, iba a decirlas a menudo andando el tiempo, y en todas las ocasiones iban a marcar un corte en su vida".




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