Me siento incómodo cuando me preguntan de dónde soy. Nací en un lugar como pude haber nacido en otro. Vivo en dos o tres sitios, viajando a menudo para sentirme de cualquier parte del mundo. Hay quién se dice vasco. Algunos llevaron muy lejos esa condición. A sangre, secuestro y fuego. Estos días se han contado historias terribles de las cosas que hicieron algunos para serlo: vidas cortadas, dolor y sufrimiento. Han pasado ya bastantes años. Tiempo suficiente para reflexionar, condenar y reparar. Aquello estuvo mal, nunca más debe repetirse.
Hay otra figura en el tablero político español de difícil digestión. Quienes desde fuera animan a los vascos a serlo, tienen envidia de su condición y les jalean y les abrazan como socios. A mí no me importa que los vascos sean vascos. Sé que hay muchos vascos que piensan como yo. Si pudiera les daría un abrazo, les compadecería. Mi herida es reflexiva, la suya es real, encarnada.
A los muertos se les privó de palabra. No podrán subirse a un estrado a defender su condición. Concejales, diputados, cargos en la administración. No todos los heridos han podido cerrar su herida. Crímenes sin esclarecer: el 44% no sabe quién mató a los suyos; no ha habido juicio que estableciera los hechos. Los vascos que les mataron no se han presentado ante la justicia para decir quién fue. Los que sobrevivieron al horror saben quién ordenó el asesinato de los suyos, conocen la atmósfera en que se produjo, ¿por qué la ominosa sombra que cae sobre ellos aún no se ha levantado? También saben por qué los mataron: por no ser vascos, por no ser buenos vascos o porque pasaban por allí. Por contra algunos de sus asesinos y colaboradores de la banda terrorista Eta sí que podrán subirse al estrado para levantar el puño y reafirmar su condición de vascos. 44 aparecen en las listas electorales.
Dentro de unos días, el próximo día 28, cerca de dos millones de personas (1.788.905 exactamente) podrán ejercer su derecho a voto en el País Vasco. Cada una de ellas tendrá la oportunidad de mostrar cuáles son los límites de la condición de vasco. Entereza y dignidad, ¿forman parte aún de su vocabulario moral?
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