sábado, 13 de mayo de 2023

La diplomática

 


Abomino de reyes y reinas medievales, de historias de vikingos y otomanos, me producen un aburrimiento insondable las sagas galácticas, las genealogías de héroes superhéroes y contrahéroes, aún más tonto me hacen los breves minutos que empleo en ver el inicio de una serie romántica, los documentales sobre asesinos en serie que se alargan hasta el infinito, sé que existen disparatados engendros sobre la vida de futbolistas y su entorno, incluso sobre presidentes en ejercicio, todo un mundo de universos simples hasta lo bidimensional, con una espesura tan profunda como una hoja de papel. Lo mismo sucede con los libros que se editan y con las películas y con los programas de entretenimiento, y ¿qué con los noticieros que propagandean sin cesar, que han perdido la sana función de informar? Todo conspira para alargar la infancia antes de entrar en una adolescencia sin fin.


Así que si por casualidad da uno con una serie para adultos uno no puede menos que llorar de emoción al comprobar que al otro lado hay alguien que te respeta y que utiliza su ingenio para crear situaciones verosímiles, para ofrecerte dilemas en los que puedes participar y que el mundo no se aboca del todo hacia el precipicio detrás de la flauta de Hamelín.


Esta serie encontrada por casualidad es La diplomática, en Netflix. Es verdad que ofrece su pago a los temas de la moda cultural pero lo hace con ironía integrándolos sin fórceps en la trama. La protagonista es la diplomática del título, una embajadora en Londres, que compite con su marido por puestos elevados en la Administración americana. Hay un McGuffin en la serie que funciona como thriller, una disputa con Rusia en aguas iraníes, pero el asunto principal son las relaciones sentimentales y las aspiraciones políticas de la pareja con un montón de secundarios a su alrededor para darle morbo a la disputa. Tan absorbente que uno aspira a que llegue pronto la segunda temporada. Al estilo de El ala oeste y House of Cards.



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