lunes, 22 de mayo de 2023

Hombres fatales: Lolita

 


"... en buena medida en todo el lector anida un yo mistificador, tal vez más tímido que Humbert pero igual de contumaz: ese yo infantil que, en nuestros momentos de euforia, suele convencernos de que nuestras ideas son las más brillantes, nuestros ripios auténtica poesía, nuestros pocos defectos los más simpáticos, nuestro aspecto el más arrebatador y nuestros amores los más trágicos". Elisenda Julibert


Con Humbert Humbert, el protagonista de Lolita, se democratiza el deseo. El Mateo de Ese oscuro objeto de deseo o el prota de La cautiva son grandes burgueses del XIX, con la vida resuelta, cuyo único objetivo en la vida es entregarse a los placeres. Sin sentimiento de culpa ni reprensión moral, presentan su actividad como liberal o progresista, avanzados a su época, pues rompen con las convenciones y amplían los márgenes de la libertad. Además, Ferguson, el prota de Vértigo, y Mateo aparecen como personajes novelescos, de ficción. Su carácter está tan fuera de lo común que lo aceptamos como fantasía de escritores o novelistas. El Humbert Humbert de Lolita es uno cualquiera de nosotros lectores. La novela la publicó Nabokov en 1955, la peli de Kubrick es de 1962.


La peripecia de los personajes decimonónicos la vemos desde fuera, es imposible que nos identifiquemos con ellos, son raros, pertenecen a otro ámbito, a otra clase, a otra época. Humbert pertenece a una clase surgida en el siglo XX, el pequeño burgués de clase media. Estamos en condiciones de comprender su comportamiento, la trama de su deseo, pues es parecido al nuestro. Allí donde Alfred Hitchcock, Buñuel o Akerman acudían a la literatura, la pareja Boileau-Narcejac, Pierre Louys y Proust, respectivamente, para hablarnos del deseo, Kubrick, a través de Nabokov -que hace el guion de la película- acuden a la realidad que conocemos. El deseo de Humbert es democrático porque es el tipo de deseo de cualquier persona. No, evidentemente, la atracción por una niña de 12 años en la novela de Nabokov, sino en la descripción del deseo sexual en general: la pulsión por convertir al ser amado en un objeto cuya posesión se anhela. Puesto que es un estudio psicológico de este fenómeno, Kubrick y Nabokov, quizá tras la recepción errada en general que tuvo la novela, no permiten la identificación del espectador con el prota sino que nos lo presentan de forma tan desagradable que lo vemos con distancia. James Mason a través de su interpretación fría y burlona, construye un personaje cínico, en especial cuando con voz en off lee parte del diario que está escribiendo, y que conducirá a que la madre de Lolita, tras la fuerte impresión que le causa al leerlo -justo tras haberse casado con él, descubre su deseo por la niña y el desprecio que ella le causa-, sufra un accidente mortal. Tampoco a la niña Dolores ‘Haze’ (brumosa), encarnada por una Sue Lyons de 14 años, la vemos como deseable sino como la niña que es, con sus prácticas infantiles: el modo de vestir, masticar chicle o chupar una piruleta y su infantil manera de hablar. En la película, de modo más claro que en la novela, vemos la distancia entre la criatura real, una niña de 12 años y la imagen que de ella se crea el alucinado Humbert.



Por si no quedará claro hay un tercer protagonista en la historia, frente a un James Mason que parece un hombre de clase media cualquiera, Clare Quilty (Guilty: culpable), este sí novelesco, muestra con claridad el carácter perverso de la atracción por niños. Mientras Humbert quiere integrar su relación con la niña en una vida familiar común, con la apariencia de padre e hija, en el personaje que interpreta Peter Sellers, Quilty, vemos el carácter extravagante, insidioso, perverso, es decir novelesco, parecido a los anteriores personajes del imaginario literario que los confrontaba con ‘mujeres fatales’, una encarnación del mal sin atenuantes. Humbert al final de la trama le dispara y por ello sufrirá pena de cárcel. En esa divisoria entre personajes, Kubrick/Nabokov nos acercan como lectores o espectadores al espejo de Humbert: normalizado, democrático, por decirlo así, pero no menos mistificador.


En la versión que Adrián Lyne perpetró en 1997, Lolita está a unos menos centímetros de falda de convertirse en una película porno con niña. Nada que ver con la película de Kubrick que se presenta como la confesión de un repelente escritor frustrado que fantasea con una colegiala.



No hay comentarios: