domingo, 21 de mayo de 2023

Hombres fatales: La cautiva

 



"Había que elegir entre dejar de sufrir o dejar de amar. Pues así como al principio el amor está formado de deseos, más tarde solo lo sostiene la ansiedad dolorosa" (Marcel Proust)


La cautiva (2000) de Chantal Akerman es una versión de la quinta parte de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, La prisionera (1925), una versión libérrima aunque mantiene el espíritu del autor francés. Los protagonistas aparecen con nombres diferentes a la novela, el narrador, Marcel, se convierte en Simon y Albertine en Ariane.


Como en Ese oscuro objeto de deseo, como en Vértigo, Simón es un burgués posesivo hasta la obsesión que quiere reducir a su amada a un objeto de fácil control. Simon persigue obsesivamente a la mujer por las calles de París: museos, escaleras, rincones, como si intentase atrapar un misterio que se le escapa. Rodeado de mujeres, abuela y criadas, vive su intimidad con Ariane, su novia. Dominado por los celos, controla lo que hace, con quien sale, cómo se relaciona con sus amigas, hasta qué piensa, mediante preguntas insistentes, enfermizas. Quiere abandonarla y retenerla a la vez porque su obsesión no le deja descansar. La sospecha de que Ariane puede tener una relación íntima con alguna de sus amigas le lleva a desearla más, a aumentar su control hasta dejarlo exhausto. Simón necesita alimentar sus sospechas porque de ellas depende su enfermizo placer. Si cree haber triunfado sobre sus amigas/amantes el interés de Simón languidece y piensa en prescindir de Ariane: de hecho la echa de casa y la conduce a la de su tía para abandonarla de una vez, pero la duda lo vuelve a obsesionar y le pide que vuelva otra vez. La relación sexual de Simón con Ariane es fetichista, masturbatoria: solo cuando ella está dormida puede estrecharla contra su cuerpo, desnudo o vestido, pues solo cuando la contempla dormida es cuando él encuentra la calma y la excitación posesiva. Arianne siguiendo la voluntad de Simon abandona a sus amigas, deja de acudir a fiestas y citas, confiesa sus mentiras reales o imaginarias, se somete a su voluntad, de tal manera que deja de ser ella misma para convertirse en mero objeto, su 'prisionera', perdiendo su libertad. Solo el acto extremo con que concluye la película permite a Ariane escapar de Simón. Más que en las dos películas citadas, tanto en la Prisonnière de Proust como en La captive de Akerman se muestra que no existen mujeres fatales sino hombres obsesionados, cautivos de su tormentoso delirio, una actitud, un comportamiento que siempre acaba mal.


A Chantal Akerman, aclamada recientemente por un centón de críticos que aseguran que Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles (1975) es la mejor película que se haya hecho nunca, le gustan los planos largos y meticulosos, la interpretación contenida y fría, hasta casi la inexpresividad. En contraste, La cautiva es una película en continuo movimiento, los personajes no paran de ir de un lugar a otro, a pie o en coche, con la intención de que el espectador se distancie de ellos y reconstruya la trama psíquica que les relaciona. Akerman depura la trama de la novela al mínimo de tal modo que más que personajes en la pantalla aparecen abstracciones del deseo, de los celos, de la posesividad masculina y de la sumisión femenina. La música juega un papel importante para crear una atmósfera tan melancólica como mórbida: en la novela es la sonata del imaginario compositor Vinteuil, en la película la sonata arpegione de Schubert y L'Ile des morts de Rachmaninoff.


En Chantal Akerman, con parecida ambición a la de Hitchcock o Buñuel, todo está al servicio de la idea que quiere transmitir: el escenario, la planificación, los personajes, la luz, la música se someten a una unidad superior, crear una obra que como una pintura en un museo absorba la atención y genere significado en la mente del espectador.



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