También en su película postrera Luis Buñuel (1977) batalla con las imágenes fantasmales del deseo, más metafóricas que surreales, pues la potencia imaginativa del director había decrecido con los años. Metáforas fáciles de deducir: el saco que trasiegan varios hombres a lo largo de la película sobre la espalda es ‘traducido’ hacia el final por el mayordomo del protagonista como el ‘saco de excrementos que son todas las mujeres’; como los atentados con explosiones distribuidos por varias zonas del metraje, y la gran explosión que cierra la película, metaforizan la mina o bomba lapa que se oculta detrás de toda relación amorosa.
Como en Vértigo, para representar la inasible imagen fantasmal del deseo se la disocia en dos personajes que son el mismo objeto. En Vértigo Kim Novak interpreta ambos papeles; en la película de Buñuel son dos actrices distintas: Ángela Molina y Carole Bouquet. El que haya dos actrices para el mismo personaje refuerza la idea de fabulación, así como la idea de irrealidad, de fantasía que es la mujer amada. En ambas películas el protagonista quiere convertir a la mujer sobre la que ha ideado la imagen fantasmal en un objeto manejable a su disposición. Pero su propósito se frustra continuamente porque la mujer tiene vida propia y no se ajusta al molde, por más que intenten ‘amoldarla’ a través de la seducción, la compra o la fuerza. En Vértigo James Stewart conduce a la fuerza a Kim Novak hacia su objetivo; en Ese oscuro objeto de deseo Fernando Rey abofetea con fuerza e insistencia a Ángela Molina.
La película es ideada dirigida y producida por hombres. Nos habla por tanto del deseo masculino. Un deseo que asocian al burgués que ansia poner un piso o una casa a la amante para disponer de ella cuando le plazca, como así ocurre al final de la película cuando el protagonista entrega la llave de la casa que acaba de comprar y poner a su nombre a su ansiada presa. La decimonónica La mujer y el pelele de Pierre Louÿs, novela en la que se basa el guion de Este oscuro objeto de deseo, gira en torno al mito del hombre martirizado por una mujer fatal: un pelele en manos de una mujer que es el mismo diablo, tal es el título de la versión cinematográfica de 1935, de Joseph von Sternberg con Marlen Dietrich, El Diablo es una mujer. Novela y película son deudoras de la misoginia ambiente de la época.
La película de Buñuel es moderna no ha envejecido apenas, salvo en los elementos de producción, persiste la misma ambición que en Hitchcock, cuyo sujeto no es la vampiresa sino el hombre atormentado por sus invenciones pasionales. Las relación es desigual, Mateo es un hombre rico mientras que Conchita es una inmigrante española en París que ve en su relación con Mateo la posibilidad de salir adelante en su difícil situación. La madre de Conchita consiente con dicha relación mercantil pues acepta la paga que Mateo le ofrece cada mes. Como bien ha visto Elisenda Julibert en Hombres fatales, para Mateo Conchita es un botín que ha de conseguir cueste lo que cueste. Conchita comprende que para que se mantenga el deseo de Mateo no ha de satisfacerlo pues eso equivaldría a que él perdiese el interés. Ante sus sucesivos fracasos Mateo se vale de un amigo juez para expulsar a madre e hija de Francia. Un juego desigual de fuerzas que sin embargo no se decanta a favor de Mateo. Mateo urgido por un deseo enajenado la persigue primero a Suiza y luego a Sevilla pero una y otra vez será humillado por su incapacidad para ver la realidad (Mateo, en otra de las imágenes surrealistas, ve en brazos de la gitana que quiere leerle el destino no un niño sino un cerdo). El punto de vista psicologista de estas historias con mujeres fatales, a comienzos del siglo XIX, gira 180 grados para mostrar el conflicto entre clases sociales, el burgués poderoso y la humilde inmigrante que puede vencerlo negándose a satisfacer sus deseos. Entonces, la frustración del hombre se saldaba con el señalamiento de ‘la mujer fatal’, ahora la mujer es una maestra de la economía libidinal con la que puede derrotar al rijoso burgués.
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