jueves, 18 de mayo de 2023

Hombres fatales: Vértigo

 



Mientras veo después de tantos años la película de Hitchcock la comparo con las películas actuales, cómo ha avanzado la tecnología, las exigencias de producción, el método de los actores, el rigor del guion que ya no permite inconsecuencias o discontinuidades, pero no tanto en la experimentación con el color, con la planificación, con el montaje. Después, cuando ya han pasado unas horas, y una noche de por medio, me doy cuenta de una diferencia mayor, la falta de ambición del presente con respecto a los clásicos (en el arte del cine, aún siendo tan joven, ya hay una época clásica).


Vértigo se viste con la apariencia del thriller, pero pronto se ve que la leve trama es una excusa para exponer otra cosa (el propio Hitchcock acuñó ese trampantojo como macguffin). ¿De qué va esta película que en ocasiones ha sido proclamada como la mejor de la historia? El personaje que interpreta James Stewart sufre una alucinación continuada. No sabemos con claridad cuándo tiene un mal sueño, cuándo imagina y cuándo padece una obsesión. Ya la transición entre la primera y la segunda escena de la película nos descoloca. Ferguson un detective de la policía de San Francisco, tras una persecución, queda colgando en lo alto de un canalón que se desgarra después de que un compañero se precipite al vacío cuando intenta salvarlo; tras un fundido en negro, en la segunda escena, lo vemos departiendo animádamente con una amiga en el salón de un apartamento como si nada hubiese ocurrido. ¿Era real lo que hemos visto en la primera escena, una alucinación, una pesadilla? Ferguson o Scottie o Johnny, nombres con los que aparece en la película, sufre vértigo. El vértigo como veremos después la imagen de un desarreglo mental mayor. Todo gira en la película alrededor de la mente de este personaje.


La contraparte de Ferguson es la imagen de una mujer que a partir de una visión fugaz en un hotel construye en su mente. Para que quede clara la distancia entre la mujer real y la mujer imaginada la película está dividida en dos partes: en la primera Ferguson se obsesiona con la imagen fantasmal de una mujer que aparece y desaparece, a la que persigue por encargo como detective y que se acaba precipitando por un campanario abajo en una vieja misión cerca de San Francisco. En la segunda, Ferguson conoce a una mujer que se parece muchísimo a la mujer que supuestamente se ha suicidado. Se parece tanto que Ferguson hace todo lo posible, forzándola, a que adapte su modo de vestir, de peinarse, de comportarse hasta hacerle una copia exacta de la imagen que él tiene en su mente de la muerta. A Ferguson no le interesa la mujer real que tiene delante, como no le interesaba la vieja amiga con la que una vez se había comprometido. El objeto amoroso es pura invención. La película ofrece una imagen exacta del proceso de fetichización del objeto armado. Como ese ser no existe en la realidad, el sujeto enamorado siempre acabará frustrado. En la película, lla mujer que da pie a la obsesión desaparece dos veces.



Una parte de la realidad la mimetizamos para poder manipularla, aquella que está al alcance de nuestros sentidos, a través de las sensaciones. Otra parte la construimos con ilusiones y expectativas. La primera, la que percibimos directamente, es cercana, observable, con la que podemos experimentar. La segunda está por encima de nuestras cabezas, aunque sería mejor decir que está dentro de ellas, elaborada en parte por nuestra imaginación: planeamos, imaginamos, proyectamos, construimos castillos en el aire. Las dos partes están gobernadas por sustancias distintas en nuestro laboratorio químico: la dopamina nos estimula para establecer metas, colorear la realidad a nuestro gusto o interactuar con ilusiones. Por el contrario, la oxitocina, la vasopresina y las endorfinas nos acomodan al presente. En la dosis equilibrada tanto una como otras nos permiten llevar una vida normalizada, en exceso nos convierte en locos o en genios, al contrario, hace de nuestra vida un muermo.


Tendemos a pensar que nos gobernamos mediante la razón pero son más bien las emociones las que nos gobiernan. Distorsionan nuestra imagen del mundo y de nosotros mismos hasta esclavizarnos. En todo caso, la razón no funciona autónomamente.


Me han ayudado en estas reflexiones dos libros: Dopamina de Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long y Hombres fatales de Elisenda Julibert.


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