miércoles, 26 de abril de 2023

Mastines

 


Marchaba con la bici por la amplia acera que separa, junto a la avenida, la casa cuartel de la guardia civil de la sede de la guardia urbana, a un lado y al otro de la avenida, Escila y Caribdis, guardianes del orden social, cuando delante de mí caminaban en dos filas horizontales un grueso grupo de policías municipales. No tenía por dónde pasar. Uno de ellos ha vuelto la cabeza y me ha dicho algo que no he entendido. Q, he respondido. Que se baje de la bici por favor. Me he quedado un momento en equilibrio sin movimiento y luego, mientras asentía con la cabeza, me he bajado y he seguido a pie hasta el siguiente paso de cebra para coger la carretera.


Me he sentido profundamente herido. Las personas normales me hubiesen hecho un hueco que es lo que yo esperaba para poder pasar. Los guardias municipales se han comportado como profesionales. Bajarme de la bici y caminar delante de ellos lo he sentido como una humillación. Me han dado una orden y la he acatado. Y sin embargo no debería sentirlo como tal. Dos fuerzas contradictorias luchaban aquí entre sí: la libertad personal sin restricciones y la restricción de las leyes y normas que nos damos para poner orden en la sociedad.


Durante unos cuantos kilómetros me he sentido a disgusto, el peso de la autoridad, la obediencia sin posibilidad de rechistar (ante un juez se pueden presentar argumentos, ante un policía no), pero he reflexionado sobre ello y al final he lamentado no haber estado rápido de reflejos para responder al guardia municipal, Gracias por el 'por favor'.




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