jueves, 27 de abril de 2023

Las troyanas, de Eurípides

 



Es necio el mortal que destruye ciudades; si además deja en soledad templos y tumbas – santuarios de los muertos – prepara su propia destrucción para después”. Poseidón discutiendo con Atenea el destino de los vencedores y verdugos griegos.

Quiero que su retorno sea lamentable”, contesta Atenea.

(versión de José Luis Calvo Martínez. Gredos)


Eurípides situaba sus obras en un tiempo legendario muy anterior al tiempo de Pericles y de los sofistas en el que él vivía (415 ac, en medio de la Guerra del Peloponeso). Su intención era tomar las fábulas o los hechos históricos que se perdían en la niebla de la leyenda como punto de partida para discutir los problemas del presente. Sus obras podrían cumplir la misma función si hoy se representasen; el progreso material de la civilización es evidente desde su época hasta hoy, sin embargo la vida del espíritu no es muy diferente. En Las troyanas Eurípides habla de asuntos plenamente actuales, la guerra y la situación de la mujer en la sociedad. ¿En cuántos lugares, en qué países se está representando hoy esta obra?


Mientras los griegos vencedores se reparten el botín junto a las murallas medio derruidas de Troya, pocos parlamentos tan convincentes contra la guerra como el de Casandra en Las Troyanas. Y pocos que se ajusten mejor a lo que sucede hoy en Ucrania, un país invadido que se tiene que defender. No se trata solo de sangre y muerte, de la destrucción de ciudades hasta sus cimientos, también en Troya como en Ucrania los invasores griegos, además de sortearse a las mujeres de los vencidos, arrancaban a los hijos de sus madres para llevárselos a su país; la violencia arbitraria contra los inocentes. El sacrificio o el robo de los niños está en el centro de la acción de la obra de Eurípides. Astianacte, o Escamandro, es el único superviviente varón de la guerra, hijo de Héctor y Andrómaca; los griegos en asamblea deciden asesinarlo para que en el futuro no se convierta en estandarte de una rebelión.


En cuanto al segundo tema, acabada la guerra, que es asunto de hombres, hombres sacrificados en el altar de la Guerra, las protagonistas de esta obra son mujeres, aunque no activas sino pacientes, cada una con una carga dramática diferente, todas sufrientes en diferente medida, pero es en la contraposición entre Andrómaca, la mujer de Héctor, y Helena, la enamorada de París, donde se ve mejor el principal asunto de estos días, la revolución feminista. Quizá, si no se representa la obra de Eurípides se deba a que Helena en oposición a Andromaca no sale bien parada. Andrómaca representa la fidelidad al marido y al hogar; para Helena que, por el contrario, dejó a Menelao por París, todo son reproches, se le acusa de que está en el origen de los males que se abatieron sobre griegos y troyanos, después de que tras el asunto de la manzana de la discordia Afrodita recompensase a Paris con el amor de Helena. Helena no tiene perdón y merece ser sacrificada.


Intuyo que los programadores culturales no ven hoy con buenos ojos una obra tan poco equidistante en una guerra con un claro invasor, tan brutal y robaniños como Rusia, tampoco que se ponga en cuestión un modo único de entender los roles sociales. No se trata de imponer una imagen sobre otra, Andrómaca sobre Helena, sino de hurtar un debate sereno sobre los roles sociales, sobre los diferentes modos de situarse en la sociedad, en la familia, sobre la libertad de opción de los individuos.


Hay un tercer elemento en la obra, diferencial en cuanto a los otros trágicos griegos anteriores a Eurípides, el desapego de los dioses, un tema que no está en nuestro orden del día. La visión que ofrece Eurípides es trágica, lejos del heroísmo que ofrecían la Ilíada y la Odisea. La guerra es un mal. Son los hombres quienes la causan y la padecen. Si al comienzo y al final de la obra aparecen los dioses, lo hacen como figuras retóricas; no se les apela para que impartan justicia; dejados los hombres al albur de las desgracias, no hay una justicia divina que repare: la ciudad perece en llamas, las mujeres parten como esclavas sin descendencia.


Con el sacrificio de Astianacte Eurípides da un paso hacia lo desconocido. Al introducir las emociones también introduce su peligro, las reglas y los deberes que se sustentaban en el mandato de los dioses son sustituidos por la razón y las emociones humanas (las mujeres y los niños en escena). Durante un tiempo pareció prevalecer el espíritu racional pero en cuanto se dio comienzo a los procesos de victimización y culpa, a la agitación por las emociones, la filosofía política devino populismo. Así es como llegamos a las arenas del aquí y ahora, el tiempo del populismo, último avatar de la domesticación del hombre.


Todavía se mantiene viva la versión de Cacoyannis de 1971, además de por su gran elenco, en el que participan Katherine Hepburn, Vanessa Redgrave, Irene papas y Geneviève Bujold, y música de Mikis Theodorakis, por haber suprimido a los dioses de la escena y dejar el drama convertido en mero drama humano.

Leyendo a los clásicos, uno se da cuenta de dónde tomaron inspiración Shakespeare, Calderón o Borges, en ellos resuena nuestra cultura, las convenciones, los mandatos morales, el orden social.




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