Teníamos preparada una ruta de unos nueve kilómetros, no especialmente dura, para ascender al parque nacional de Dajti (el monte Priska, en el punto más alto, a 1613 m de altura), hasta que Ndreu entró en el bus, en la mañana tranquila y soleada del sábado, mientras los tiraneses deambulaban sin prisa entre los puestos del mercado semanal. La ruta planeada era impracticable, nadie había subido por allí, nos aseguró el guía. Lo aceptamos sin mucha convicción y nos conformamos con un paseo por el parque con vistas a la capital y su llanura, el balcón natural de Tirana, le dicen. Por la breve ruta alternativa que nos preparó, una pista asfaltada, lo más reseñable eran los búnkeres que Enver Hoxha hizo construir por temor a que su país fuera invadido. Desde lo alto se ven las torres del centro de la ciudad, incluso Durrës aparece en el horizonte junto al mar.
Ndreu podría adecuarse a la imagen que nos hemos hecho de lo albanés. Dajti es zona de esparcimiento. Al Parque Nacional suben los tiraneses a caminar, a pasear a caballo, a jugar en una pequeña pista de kars en el pequeño parque de aventuras o a comer en sus restaurantes. Ndreu arruga el ceño cuando le mostramos los plásticos, el aparcamiento, los kars, la basura. Se conforma con señalar unos pocos afloramientos paleontográficos y darnos unas desmañadas explicaciones sobre la geología del parque. Cuando la gente se dispersó con diferentes afanes, unos hacia las cervezas al pie del funicular, otros a verificar que la subida al punto más alto del parque no era impracticable, unos pocos nos quedamos junto a Ndreu, más por distraer nuestro aburrimiento que por interés. Entonces apareció la complejidad del albanés. Ndreu disimula su exceso de kilos con ropa paramilitar: botas verdes, anchos pantalones de camuflaje y chaqueta de chándal gris. Nos entendimos en italiano. No dijo nada diferente de lo que había dicho al grupo, pero aparecieron sus artes.
Cuando acabó la breve caminata y la breve explicación, nos sentamos a tomar una cerveza. Ndreu ha sublimado sus ardores guerreros, ejercitados probablemente durante la dictadura (nos habló de su entrenamiento en los USA, de destinos en Palestina, en Líbano, en África, quizá en 30 países), en sus cuadernos naturalistas, con extraordinarios dibujos y anotaciones. Le tiramos de la lengua, pero no hubo manera de que nos contara sus aventuras paramilitares, quizá por algún contrato de confidencialidad o por temor a sus enemigos vivos en la propia Albania. Ciento treinta cuadernos dedicados a temas variados atesora en su casa. Citó el número exacto de especies de escarabajos, de mariposas, de aves, por supuesto de todos los mamíferos. No tiene estudios académicos. Es un hobby que complementa con el trabajo de guía naturalista del parque. Confesó que no tiene hijos, solo sobrinos, que heredarán, si lo saben apreciar, sus hermosos cuadernos; si no se había casado era porque no hubiese podido dedicarse en cuerpo y alma a su pasión naturalista.
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