sábado, 8 de abril de 2023

08. El puente de Mes, cerca de Shkodër

 


Alguien (Eduardo) había oído hablar o leído de un puente próximo que merecía la visita. Hablamos de ir andando pues se decía que no estaba a más de dos o tres kilómetros. Durante todo el viaje he desechado guías y wikipedias dejándome llevar por sensaciones. Por primera vez abrí el móvil y pregunté al asistente de Google por un puente cerca de Shkodër. Enseguida apareció el puente en una lista de diez cosas a visitar en la comarca de Shkodër. Una excitación me embargó, la excitación que necesito en cada viaje para hacer del viaje algo único y singular. En las imágenes de Google vi la curvatura ligeramente estirada del puente que ya había visto antes en Mostar. Lo comenté rápidamente con quieres podían ir a verlo. Estaba demasiado lejos para ir o volver a pie. 7'5 km. Era tarde y el sol iba pronto a declinar. Esperamos un buen rato a que llegaran los taxis, negociamos el precio, avanzamos fuera de Shkodër hacia el pueblo de Mes, buscando el río Kir, sobre el que un bajá otomano, a finales del XVIII, dibujó un paso cuya belleza perdura en un paraje áspero y sin actividad destacable. ¿108 metros de largo, 24 arcos y 14 metros de altura en el central para llegar adónde? ¿Hacia Pristina, el territorio kosovar que los albaneses querrían unir a la gran Albania? A veces los tiranos dejan algo más perdurable y bello que su traza de sangre.



Todo contribuye a la singularidad del puente de Mes (Ura e Mesit: "El puente en el medio"), el áspero paraje en que se encuentra, las pocas casas, el risco que lo circunda, las montañas al fondo, el meandro de las perezosas aguas que pasan por debajo, la irregularidad de los bloques de piedra, su entidad escultórica, como si hubiese sido esculpido para ser mirado y no para pasar por él, incluso su no cómodo acceso y la chiquillería que parece reírse de los turistas que acuden a fotografiarse ante algo que para ellos no tiene valor pues lo ven cada día. Esos turistas que desconocen que las mansas aguas de hoy son de tanto en tanto furioso torrente que resquebraja el puente.



La excitación de lo ignoto duraba. Había una mezquita que visitar. Volvimos a negociar con el taxista. En su italiano vacilante y en el nuestro hablamos de la mezquita de plomo, de barrios lejanos. Por el camino el taxista quiso dar fe de su liberalidad mahometana, de la convivencia de las religiones, de lo tolerantes que eran los musulmanes mayoritarios hasta el 95 % de la población, según él, fumador y bebedor incluso en el Ramadán de estos días. No acertó él o no acertamos nosotros y nos llevó a un barrio extremo donde había una mezquita sin ningún interés, un barrio de casas humildes y destartaladas y de chavales en las calles, en el que me hubiese gustado meter la nariz, cuando el sol ya estaba cayendo, pero que mis compañeras, Cristina, Marijose y Julia, decidieron que no.



Pero no era en Mes donde nos hospedábamos sino en Shkodër, la ciudad del Norte de Albania, fronteriza con Montenegro, la capital histórica del país, a orillas del lago Skadarsko que comparte con Montenegro. Por la mañana habíamos visitado el Castillo de Rozafa (Kalaja e Rozafës): iglesia ortodoxa, mezquita, mazmorras, polvorín. Se alza imponente desde una colina sobre los ríos Drin y Bojana, una de las fortalezas más grandes de los Balcanes, desde la que se divisa la llanura en la que se asienta la ciudad de Shkodër, con maravillosas vistas donde la naciente primavera floreada se deja fotografiar.



Habíamos comido y tomado el café en una terraza de la Rruga Kole Idromeno, una calle peatonal con aromas de ciudad centroeuropea. Mientras unos visitaban el Museo Marubi del estimable fotógrafo italiano que le da nombre, otros preferimos que, tras varios días de lluvia, el sol resbalase por nuestras mejillas.




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