viernes, 7 de abril de 2023

07. De la Apolonia clásica a la Berat otomana

 



Se dice de la ciudad griega de Apolonia (magna urbs et gravis, según Cicerón) que se hizo rica con el comercio de esclavos y la agricultura y que en su gran puerto, que rivalizaba con el vecino de Dirraquio (Durrës), cabían hasta un centenar de barcos a la vez, algo que nos resulta increíble porque mirando desde la colina en que está situada hacia el mar vemos la llanura que lo separa de la ciudad, todo a consecuencia del terremoto que en el siglo III desvió el río Aos, colmató el puerto y la hizo insalubre. En época helenística Apolonia llegó a tener 60.000 habitantes, por su importancia estratégica como puerto fluvial y su fértil y vasta llanura de 10 km de longitud. Los descubrimientos arqueológicos del lugar que se salvaron del saqueo tras la caída del régimen comunista se muestran en el vecino Monasterio Ardenica o Museo de Apolonia: estatuas, urnas funerarias, dinteles, estelas. Ya antes, en 1967, el sitio arqueológico fue gravemente dañado por la construcción de 400 búnkeres de hormigón por la paranoia del tirano. La reputación de Apolonia como centro cultural atrajo a gentes del imperio, entre ellos al propio Augusto. En Apolonia se enteró el primer emperador del asesinato de Julio César.




Destaca entre las ruinas el pórtico de los Agonothetes, construido en el siglo II ac, que tenía una cavea de diez niveles y que funcionó como edificio de gobierno de los oligarcas de Apolonia para las reuniones del consejo (Bouleuterión). Aristóteles lo mencionó.




Berat es sin duda la ciudad más bella de Albania. El ondulante río Osum, por el que llegaban las mercancías de los comerciantes en la época del Imperio otomano, divide a la ciudad en dos. Bajo las faldas de sendos empinados montes se extienden, a un lado el pequeño barrio ortodoxo de Gorica, al que se llega por un hermoso puente peatonal, en el que destacan las iglesias de Santo Tomás y de San Spiridon, y al otro, bajo el castillo, el musulmán de Mangalem, con sus típicas casas otomanas con las ventanas abiertas al río, no en vano a Berat se la conoce como 'la ciudad de las mil ventanas', y sus callecitas empedradas en cuesta.




El mirador del castillo ofrece la mejor imagen de esta hermosa ciudad. Las murallas del castillo contienen el tercer barrio de la ciudad, el de Kala, un barrio humilde en medio de los restos de un pasado espectacular, otomano y ortodoxo cristiano a la vez, con pequeñas casas de piedra, algunas tiendas, restos de una mezquita, pequeñas iglesias, un museo etnográfico y hasta un cabezón de Constantino el Grande.




Las más bellas mezquitas albanesas están en Berat. La Mezquita de los Célibes y la de Plomo, por la cubierta de su cúpula, que data del siglo XVI, y la más antigua, erigida en una fecha fácil de recordar, 1492, en honor del sultán, conocida como la Mezquita del Rey (Xhamia e Mbretit), reabierta en 1991, con dignos techado y mihrab. Tras ella, atravesando una plaza, un tekke bektashí de la hermandad sufí de los halvetis, su interior decorado con frescos, y un pórtico con cinco columnas clásicas robadas a la antigua ciudad griega de Apolonia. Los Tekke, o Teqe, eran lugares de rezo de las comunidades sufíes, propios de Turquía y los Balcanes.




La poca visibilidad del Ramadán -Ramazan para los albaneses- y en general del Islam en Albania nos lo trataron de explicar en Berat el guardián burlón del Tekke en un italiano ortopédico y una joven guía albanesa en un español diáfano. Según ellos, las distintas religiones conviven en armonía. Pocos fieles acuden a la mezquita, en cada familia un solo miembro, mientras el resto comen y beben sin restricción coránica. Ello se debería a que durante la dictadura no había lugares de culto y la población olvidó los rezos. De creerles el Islam resultante estaría más cerca de una manifestación cultural que de una creencia.




Mucho menos interés tienen en Berat la Catedral Ortodoxa de San Demetrio, reconstruida desde sus cimientos, y la católica.




En 2008 la UNESCO consideró que Berat conjuntamente con Gjirokastër merecían ser declaradas patrimonio de la humanidad por la conservación de su pasado otomano.

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