Lo mínimo que se debe pedir a un autor es que tenga un punto de vista personal. Martin McDonag lo tiene. El protagonista, los personajes que aparecen en la película, camina por caminos entre muros de piedras. Caminan sin cesar por una isla pequeña enfrente de las costas de Irlanda. Camina desde una casa aislada frente al mar, donde come duerme y trabaja, hasta el pub donde pide una pinta y charla con los vecinos. Las tierras, las propiedades, están separadas por muros de piedra, el paisaje es áspero, desoladamente bello, sin suficientes atributos como para que la inquietud fundamental desaparezca. Hay algunos animales junto a las casas, vacas mulos un pequeño asno un perro. Y silencio, el silencio que atestigua que allí no hay ciudad. Martin McDonag lo interrumpe de vez en cuando con la música, la bella música que ayuda a que se imponga el imperio del paisaje y la música popular irlandesa que brota de los violines que tocan algunos de los paisanos en el pub, interrumpidos, música y paisaje, de vez en cuando, por la charla breve, interrogativa de los personajes. Una interrogación sobre la amistad herida de los dos personajes principales: uno se queja de que la amistad llena el poco tiempo que le queda para componer una música que precisa, el otro, que vive de sus manos y unos pocos animales, se queja de que sin amistad nada tiene sentido. A uno la amistad le sobra, al otro le falta. De ese choque brotará la sangre. La muerte en forma de vieja pálida y enlutada apunta con el dedo al destino de los personajes. No solo al de los dos protagonistas, también al de quienes la disputa entre ellos arroja hacia un destino ineludible: un joven al que tildan de tonto del pueblo, sometido a la brutal autoridad de un padre policía; la hermana del protagonista, que ha de abandonar el pueblo hacia un lugar más habitable, al otro lado, en la isla más grande de Irlanda, la más habitada, en la que las grandes preguntas se pueden disimular mejor.
Almas en pena de Inisherin hace las preguntas que el hombre se hace cuando hace silencio dentro de sí y piensa sobre su destino, pero las hace no con el lenguaje de la filosofía sino con el lenguaje del cine, el lenguaje clásico de los grandes cineastas, ese que los votantes de los Oscar de Hollywood quieren clausurar. Cada generación piensa que el mundo nace con ellos, que su mirada es única y revolucionaria, pero lo que nos inquieta, nuestro destino no cambia. Evidentemente los chiquitos de Tik Tok nunca votarían por una película como esta, no entenderían la parábola, no saben que las disputas entre hombres sueles acabar mal, a veces en cruentas guerras, como la guerra civil que tiene lugar al otro lado del mar, justo después de la independencia. Si uno piensa que el cine no está desnaturalizado como sucede con Everything, sino que tiene mucho que decir que vaya a ver esta película.
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