viernes, 17 de marzo de 2023

La forastera, de Olga Merino

 


Es admirable el dominio léxico de Olga Merino, el manejo del idioma, que como un llanero solitario huye de las frases hechas y del lugar común, en la descripción precisa de los atributos del campo, como lo es el dominio técnico en la construcción de los personajes y el contexto histórico y social. El dominio técnico y lingüístico son las herramientas del escritor, se puede escribir bien a partir de esa base, con la imaginación no basta, y al revés. Hay ejemplos de fracasos en ambas direcciones, técnicos notables del idioma y grandes fantasiosos malos escritores. Olga Merino se maneja bien en las dos facetas.


La forastera, ya el título lo apunta, es un western rural. El escenario es la sierra cordobesa donde se retira la protagonista del relato tras una vida de frustraciones. La autora contextualiza la historia de la protagonista, Angie, en dos escenarios más: junto al Támesis, donde Angie vivió una historia de amor truncado con un pintor que acabó suicidándose, y en el Torre Baró de Barcelona, el barrio de su infancia, donde el hecho que recuerda fue la muerte del padre. No sé si esos dos escenarios, que interrumpen a menudo la acción principal a modo de flashback, eran necesarios o si lastran el ritmo narrativo, la continuidad del paisaje adusto y despojado, una naturaleza mínima y despoblada, que todo western necesita. Porque es en el pueblo imaginario de la sierra cordobesa donde sucede lo importante: allí, como fantasmas, revolotean los personajes del pasado, los antepasados de dos familias vecinas, una rica y otra pobre, arrastrando deudas, abusos y humillaciones. La protagonista se topa con un misterio no resuelto de suicidios que se encadenan en varias familias de la zona y que a ella familiarmente la afectan. La autora deja que en la conciencia del lector prenda esa inquietud, que los sucesos que le preocupan la arrastren en la misma dirección.


Como en la narrativa del western varios personajes de carácter acompañan a la protagonista: almas perdidas que no han encontrado su lugar en el mundo y que juntos diluyen sus penas en los vapores del vino, en un bar del pueblo. En el lado de los buenos, un cura rijoso, el dueño de la hacienda y su capataz, igualmente rijosos, el que lleva el bar, un senegalés y un ucraniano a los que acoge la generosa Angie, un borrachuzo, dos hermanos solitarios y los inevitables perros, la compañía de los solitarios. En el lado feo, dos mellizas, las herederas, y sus picapleitos, a quienes se ve de lejos planeando la ruina de Angie y del pueblo.


Lo que descoloca al lector, lo que rompe sus expectativas de lector de género, y esa es virtud de Olga Merino, es la compleja personalidad de Angie, la protagonista, y el sorprendente final al que no conducen los dos destinos esperables que la autora ha ido trazando en la mente de lector.


La forastera se publicó el mismo año en que El País, en su lista de mejores libros del 2020, encumbró Un amor de Sara Mesa. Hay que bajar al puesto 39 de la lista para encontrar La forastera. El mismo año que Ana Merino con su El mapa de los afectos ganó el Premio Nadal. Si yo fuese Olga Merino estaría muy decepcionado. La Real Academia, después, la ha premiado merecidamente.




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