Thomas Malthus tuvo una doble mala suerte. Nació con una rara enfermedad: la sindactilia (como en los palmípedos, tenía los dedos de las manos y los pies pegados), sus alumnos de la escuela de la Compañía de Indias Orientales, donde era profesor, se reían de él, y formuló un pronóstico muy pesimista sobre el futuro de la humanidad: la producción de alimentos no crecería al mismo ritmo que la población, la primera lo haría aritméticamente y la segunda geométricamente, lo que se ha llamado la 'trampa multhusiana'. Erró. Sin embargo formuló la pregunta correcta:
¿Por qué después de siglos de un progreso gradual que había aumentado la productividad agrícola, la mayoría de las personas seguían trabajando mucho y vivían aún en la pobreza?
El fuego, la primera gran revolución energética en la historia de nuestra especie, ahorró mano de obra y nos dio tiempo libre, la revolución agrícola cubrió nuestras necesidades alimenticias básicas y produjo excedentes, la revolución de los combustibles fósiles y la industria dejó en nada la amenaza malthusiana y, sin embargo, seguimos dedicando lo mejor de nuestro tiempo al trabajo. Por qué.
El antropólogo Marshall Sahlins sostenía que "los deseos pueden satisfacerse con facilidad bien sea produciendo mucho o deseando poco". Los cazadores recolectores tenían mucho tiempo libre (calculan los antropólogos que con 17 horas semanales les bastaba para cubrir las necesidades materiales inmediatas) porque no estaban abrumados por una gran cantidad de deseos agobiantes. La transición climática del neolítico obligó al homo sapiens a producir alimentos. Gordon Childe argumentó que la agricultura aumentó radicalmente la cantidad de energía que los humanos eran capaces de aprovechar, permitió el rápido crecimiento de la población humana, el modo en que los humanos interactuaban con lo que los rodeaba, su manera de pensar, su relación con los dioses, la tierra y el entorno. Crearon riqueza, organización social y desigualdad, pero las sociedades agrícolas eran más propensas a sufrir hambrunas y sequías, inundaciones y heladas, plagas y patógenos, además de los grandes y rápidos depredadores o insectos hambrientos que les acechaban. ¿Es la desigualdad, se pregunta Suzman en 'Trabajo', un hecho inherente a la naturaleza humana o, como las enfermedades zoonóticas, el despotismo y la guerra, una consecuencia de la adopción de la agricultura?
Los excedentes alimenticios, la mecanización del trabajo, la robotización y la inteligencia artificial están liberando trabajo humano, ¿por qué esa mejora no se traslada a la jornada laboral? El fabricante de corn flakes, Kellogg's, antes y después de la Segunda Guerra Mundial, ofreció a sus trabajadores jornadas de seis horas cinco días a la semana, pero estos lo rechazaron; preferían tener más dinero disponible para comprar cosas que todo el mundo quería tener en casa, los productos que el marketing y la publicidad nos meten por los ojos.
La mejora económica trajo consigo una revolución en el consumo. Las necesidades creadas artificialmente, por un proceso de imitación de los de abajo hacia los de arriba, obligaron a la gente a trabajar más horas de las necesarias para satisfacer sus necesidades básicas. No somos la única especie que derrocha energía, los tejedores enmascarados del sur de África construyen y destruyen nidos idénticos sobre ramas flexibles y sin hojas, a menudo sin éxito para atraer parejas. Puede que el derroche de energía no tenga una función evolutiva, se gasta haciendo un trabajo conforme a la ley de la entropía.
Durkheim explicitó la enfermedad que la sociedad de consumo traía consigo: ‘la enfermedad de la aspiración infinita’, el trabajador consumista se siente abrumado por expectativas inalcanzables de todo cuanto desea poseer. Utilizó la palabra anomia para describir la enfermedad social que provocaba, como la ansiedad y la ira, el comportamiento antisocial que a veces lleva a la desesperación y al suicidio. Las nuevas tecnologías han impuesto un cambio constante e impredecible y la anomia parece la condición permanente de la era moderna. El pastor Wayne Oates habló, en 1917, de workaholism, la adición al trabajo, David Graever y Parkinson de nuevas profesiones que solo sirven para llenar horas de trabajo inútiles. Como en el caso de los enérgicos tejedores enmascarados, el trabajo no tiene otra finalidad que gastar energía. Para que las burocracias permanezcan vivas y crezcan deben obtener constantemente energía en forma de dinero y trabajo. La enfermedad de la aspiración infinita ha encontrado un nuevo hogar, los ecosistemas digitales a los que se adapta muy bien.
"Todavía es una cuestión no resuelta si el hombre será capaz de sobrevivir a las condiciones ecológicas extremadamente complejas e inestables que se ha creado para sí y si el florecimiento de la tecnología que siguió a la revolución agrícola nos conducirá a la utopía o a la extinción". Richard B. Lee. 1968.
¿Qué catalizará una revolución fundamental en nuestra forma de vivir que nos libere del trabajo innecesario como deseaba Keynes?
¿La automatización y la inteligencia artificial? ¿Un cambio rápido del clima como el que provocó la invención de la agricultura?¿La ira por la desigualdad sistemática como la que suscitó la Revolución rusa?¿Una pandemia viral que exponga la obsolescencia de nuestras instituciones y nuestra cultura laboral, que nos haga preguntarnos sobre qué trabajos son de verdad valiosos o por qué los mercados recompensen más a los inútiles y parasitarios que a los que reconocemos como esenciales?
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