lunes, 20 de febrero de 2023

Olona

 

Ayer, parece que fue un pequeño acontecimiento la entrevista -si es que lo fue- de lo évole a la Olona. No la vi, como no veo el intermedio ni veía polonia, en la sexta y en TV3, u otros pozos estancos, aunque sean útiles para calibrar el estado moral de estos días. Me aburren, como me aburren, en general, las películas de terror: es el caso del descenso a los infiernos de la deshumanización del adversario y de la propia degradación de quienes participan en esos programas. El caso es que, tras esa entrevista, la sexta sacó imágenes de la limpieza del estudio donde había estado sentada la Olona, una especie de fumigación (se puede ver aquí). Primero la usan para que vomité ponzoña, una persona cuya carrera política se ha desvanecido, y que debe de estar pasando un mal trago personal tras el descenso del éxito mediático a la nada, y luego la desprecian, es decir desprecian su debilidad para hacer política emocional con ella. Un periodismo o una política despreciable que en este país no tiene castigo.


Ya ha ocurrido otras veces. Recuerdo la navaja de un vecino esquizofrénico de El Escorial que utilizó la ministra Reyes Maroto (“No os podéis imaginar lo duro que es”) para hacer campaña en unas elecciones de Madrid. La ministra ahí sigue, ahora como candidata a la alcaldía. No hay políticos en la oposición que se lo recuerden cada día hasta hacerla dimitir, quizá porque piensen que ellos mismos pueden utilizar tácticas semejantes cuando les llegue el turno. Si utilizan procedimientos emocionales goebbelsianos de deshumanización es porque desconfían que la deliberación racional, en la que se fundamenta o debería fundamentarse la democracia, pueda producirles réditos, o simplemente carecen de argumentos para impulsarse hacia los lugares del poder.



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