martes, 21 de febrero de 2023

Daniel Stein, intérprete, de Ludmila Ulitskaya

 


Daniel Stein es la obra más ambiciosa de Ludmila Ulítskaya, aunque creo que donde alcanza su potencial literario es en Los alegres funerales de Álik. Su ambición es doble, por un lado se mete en la piel, en el alma cabría decir, de un centón de personajes que tras de la guerra y la Shoa, pues la mayor parte de ellos son judíos supervivientes o hijos de supervivientes, construyen o reconstruyen sus vidas. Por otro, quiere explicar el hecho religioso, su experiencia, las diversas formas de vivirlo. La estructura de la novela es sencilla: cartas documentos conversaciones diarios a través de los que los personajes exponen sus vivencias. También la escritura es sencilla. Hay una voluntad expresa de eludir los debates abstractos en los que se pierde la teología, como también la retórica literaria tras la que se suele enmascarar el ‘nada que decir’. La ambición reside en sostener durante más de 500 páginas muchos puntos de vista, experiencias diversas, y confrontarlas; también en tratar de decir algo sobre el misterioso órgano interior donde palpita la inquietud y el desasosiego.


Ulítskaya da vueltas en la narración en torno a un personaje y un lugar. El lugar es Palestina, donde confluyen las tres grandes religiones occidentales. Los personajes deciden vivir en Israel, con sus diferentes rituales y formas de vida, pacíficas o belicosas, con sus caracteres vehementes o tranquilos, dando por hecho que en esas tierras se encuentra la nuez de la creencia, la Verdad. El imán que ejerce Tierra Santa atrae a personas necesitadas de una vida intensamente espiritual para compensar los vacíos y desarreglos de la vida material. Entre voces tan distintas, los hay que se conforman con poco: unas pocas reglas que seguir, un maestro en quien confiar, pero también quienes dan un paso más y confunden santidad con ilusión. En el filo entre santidad y locura viven algunos de los personajes: Fiódor, culo inquieto, que tras probar formas extremas de vida religiosa, en los monasterios ortodoxos rusos y en el monte Athos, buscando la Verdad, cree que hay un secreto que los judíos atesoran y acaba convirtiéndose en ermitaño, un ermitaño que pierde el juicio -lo llaman 'el síndrome de Jerusalén'; como lo pierden Efim y Teresa, quienes tras vivir una vida marital sin contacto físico acaban teniendo un hijo con síndrome de down al que consideran una especie de Prometido; también hay extremistas que descargan su violencia interna contra los infieles, los heterodoxos o contra sí mismos.


Pero es Daniel Stein, en torno a quien gira la novela, el hombre santo. Un personaje real que Ulítskaya conoció, superviviente y héroe de la Shoa, pues salvó a muchos, un judío convertido en sacerdote católico que tras la guerra se fue a Israel donde fundó una pequeña parroquia carmelita para vivir una vida que pretendía resucitar el cristianismo judío de Santiago el apóstol, la comunidad cristiana de los primeros días.


Ulítskaya presenta tantos personajes como formas posibles de vivir la vida religiosa, cada uno exponiendo sus razones: ortodoxos y católicos, evangelistas y judíos, cristianos árabes y ortodoxos intransigentes o ecuménicos con voluntad de reducir al mínimo las diferencias, eremitas y comunitarios, con sus diferentes procedencias étnicas y lingüísticas, para mostrar que no hay una única forma de vida religiosa, y que en el fondo del corazón humano late esa necesidad.


Escribe Ulítskaya, en una de las interpolaciones en que aparece en su novela:


"No soy una verdadera escritora y este libro no es una novela, sino un collage. Recorto con tijeras pedazos de mi vida y de la vida de otras personas y pego 'sin pegamento / una novela viva sobre los jirones de los días".

"En mi corazón siento que Daniel -no el Daniel Stein de la novela sino el Daniel Tufeisen real- me dio una lección importante pero, cuando intento establecer qué es eso tan importante que aprendí, todo se reduce a que no cuenta en absoluto para nada en qué crees, sino únicamente en cómo te comportas. Qué gran sabiduría. Pero Daniel me lo puso directamente en el corazón".


Prueba de la dificultad extrema de aproximarse a la luz que palpita en nuestro interior oscuro es que Ulítskaya cierra la novela con un sueño como todos de difícil aprensión, un lugar sin forma donde se encuentran la inquietud la moral y la vida. La filosofía lo ha convertido durante siglos en el objeto de su reflexión, la ciencia ha dado vueltas a su alrededor tratando de soslayarlo, afirmando que hay un límite que no puede sobrepasar. Dada la dificultad de convertir en palabras con sentido ese lugar, Ulítskaya lo ha convertido en personaje literario aunque basado en una persona real. Al final para los débiles y temerosos mortales no queda otra que ejemplificar, seguir el camino del santo, ya sea Yeshúa de Nazaret o David Stein, la réplica terrena, que ofrece Ulítskaya como modelo de vida deseable en el que se funden la inquietud espiritual y el deseo de una vida moral que trascienda la vida mecánica.


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