Alcarràs es una de las mejores películas del año pasado. Lo es porque ganó el oso del festival de Berlín, porque ha generado muchos comentarios en torno a ella y lo es por la voluntad artística de la directora, Carla Simón. No es una película con una gran historia, no tiene una trama complicada ni personajes con personalidades complejas o disruptivas. Tampoco tiene un tema definido que genere encendidos debates. Lo que sucede se cuenta rápido: tres generaciones de una familia de agricultores leridanos que cultivan melocotones, y son arrendatarios de las tierras que cultivan desde la posguerra, ven cómo de pronto se les anuncia que habrán de dejar las tierras porque a los propietarios, con quienes tenían un mero acuerdo verbal, una empresa de placas solares les ofrece más dinero. La historia es un ligero McGuffin para mostrarnos la vida familiar en el campo: las viejas historias que cuentan los abuelos una y otra vez y que no interesan a nadie; las preocupaciones diarias de los hijos que llevan ahora la explotación, agitados inquietos nerviosos por proveer a la familia, con discusiones y peleas con sus iguales; los nietos de diferentes edades absorbidos por el discurrir de la vida sin más. Un mundo que queda como reliquia en zonas rurales de la antigua vida agrícola que casi se ha desvanecido en la vida de las ciudades del presente. En una escena de la película el padre ve que su hija pequeña ha metido el pie en un lodazal, la descalza e intenta quitarle el barro, es laborioso, al contrario, él también mete los pies en la charca embarrada, así que lo deja y sigue con su trabajo de recogida de melocotones, refunfuñando, con las botas embarradas. ¿Quién querría hoy mantener un trabajo en esas condiciones?
Es probable que Carla Simón recuerde haber vivido algo semejante, yo mismo podría decirlo de mi infancia. Un mundo que se fue. La vida ha cambiado tanto que es fácil dejarse llevar por la añoranza. Puede que nos ayude a establecer comparaciones con la frustrante vida de ciudad. Aunque la película se puede ver de otro modo. Simplemente, al modo retórico francés de las 'tranches de vie', fragmentos de vida mostrados al azar, sin relevancia aparente, pero que en conjunto dan una visión de una época. Los personajes que pululan por la película, que son bastantes, actúan aparentemente con espontaneidad, no parece que sean actores profesionales, lo que da más veracidad a lo que muestran. También hay planos o escenas escogidos con función poética: un atardecer, una foto familiar, un túnel vegetal, una fiesta, una canción, que conducen al espectador a una interpretación guiada. Desde el punto de vista de la voluntad artística, menos popular, Alcarràs, es superior a las otras dos películas que para mí están en el top del 2022: As bestas y Cinco lobitos.
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