jueves, 26 de enero de 2023

Tanjore (Thanjavur) Vida en la calle 18

 



La impresión es que la mayor parte de la población del país vive en la calle, en medio del bullicio y la suciedad ambiente. Aquí en Tanjore, por ejemplo, el ruido de tambores y cánticos no ha cesado durante la noche y el de los coches ha comenzado muy temprano. Sólo en esta ciudad, y en Trichy, Estado de Tamil Nadu, no en los otros visitados, he visto gente durmiendo en las calles y algunos pocos extendiendo la mano. Las mujeres visten elegantes saris, cuidadas con esmero, de fino perfil muchas de ellas y si tienen exceso de peso no es demasiado. Los niños van a la escuela uniformados limpios sonrientes. Quiere decir que hay una vida interior que no se ve, un cuidado al que no tenemos acceso, aunque a la mínima te invitan a cenar en su casa. Son las casas pobres las que tienen la puerta abierta; se ven algunos chamizos con techo de paja, algunos recubiertos de lonas o plásticos, aunque yo diría que son minoría.




También la vida regulada se hace a la vista de todos. Cuando pasamos por una casa de bodas, donde se celebran las pedidas de mano y compromisos nos invitan a pasar, a fotografiar, a tomar lo que estén tomando; en el templo la misma ceremonia se hace a la vista de todo el mundo: miramos con recelo, cámara en mano, la ceremonia: la pedida de rodillas a los padres, la entrega de obsequios, el intercambio de flore, y son ellos quienes, sonrientes, nos invitan, a fotografiar a pisar con ellos. Lo mismo sucede si topamos con un funeral: el difunto sentado en un palanquín, seguido por una banda de música y por los familiares; también buscan nuestra participación. En contraste hay numerosos recintos cerrados. En los templos hay santuarios a los que solo pueden acceder los creyentes hindúes: allí les esperan los brahmanes o sacerdotes, desnudos de cinntura para arriba, quienes a cambio de un poco de dinero, les llevan el fuego que arde sobre una especie de brasero a la frente, en una especie de bendición, o bien un puñadito de ceniza blanca, amarilla o roja, para que marquen el puntito de color sobre su ceño. Hay otro tipo de recinto cerrado, al que se impide que los indios pobres puedan acceder: el de los grandes hoteles y restaurantes en cuya entrada hay guardias de seguridad, sonrientes y serviciales ante el hombre blanco malencarados ante los sin recursos.




Hay una ingenuidad premoderna en el comportamiento indio, en su molesta deferencia hacia quien tenga la piel blanca, pero también en el deseo de fotografiarse con occidentales o de ser, salvo raras excepciones, fotografiado. Ingenuidad que se pierde cuando el ascensor social tira hacia arriba. Entonces, los indios que han alcanzado un estatus son indiferentes a la presencia del hombre blanco, y compiten con él, en los reservados de los restaurantes por asientos escasos, o en los adelantamientos prepotentes de sus vehículos, salvo amables excepciones, cuando, si coincides en el ascensor o en el desayuno, te preguntan de dónde eres, qué has venido a hacer y si te gusta el país. 




Tengo la impresión, que he de desarrollar, que, salvo el mundo islámico, la hindú es la única cultura autosuficiente, la única que puede mostrar una cultura y formas de vida independientes de Occidente. 



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