Que ni pintado, Abu Dhabi, para cerrar este viaje. El brutal contraste. Los Emiratos eran un lienzo ocre de desierto, sol y agua salada, hasta que el petróleo lo pintó de oropel. Algunos conocíamos Asgabad, la inexistente capital de Turkmenistán: una gran maqueta de mármol. El problema del señor de Asgabad es que no tiene quien le admire. Ni clase media con que llenar sus edificios ni visitantes embobados. Los caballeros del Golfo sí lo tienen: no sé si el 15 % escaso de su población con derechos será sufiente para simular un cuerpo electoral y de consumo y llenar tanto edificio marmóreo, pero tiene población foránea (85%) para llenar las tiendas y los servicios de empleados, para limpiar y hacer el trabajo necesario que no se ve. Y tiene turistas, no sé si voluntarios: son dos hechos, los larguísimos transfer en el aeropuerto -el nuestro de 16 horas- y las salidas nocturnas de los vuelos, lo que obliga a una parada y fonda en alguna de sus dos capitales, Abu Dhabi y Dubai, los que explican que haya turismo en estas dos, igualmente, maquetas de ciudades.
Los emiratos extraen su riqueza de dos fuentes: el petróleo y el gas y la fuerza laboral asiática, indios y pakistaníes la mayoría. La primera sustituyó con grandes beneficios a la tradicional pesca y al nomadismo beduino de la población originaria; la segunda trabaja por nada o casi nada para expandir la ciudad en el desierto: crean valor construyendo edificios e infraestructuras para los negocios o para el turismo y limpian el culo de los jeques y de sus protegidos, a cambio de casi nada: 200 a 300 euros al mes. Con semejantes fuentes, no necesitan impuestos. El petróleo y el gas se lo pagamos los occidentales; el trabajo semiesclavo se hace sin apenas coste y muchos réditos. En ese paraíso sin impuestos se ha refugiado nuestro Demérito.
Liuba es un rumano optimista afincado desde hace 25 años en EAU. Él fue quien nos sirvió la información básica para entender un país que bajo el dinamismo moderno esconde la barbarie. Como guía turístico está obligado a encender las luces y ocultar las sombras de los Emiratos. El esplendor se muestra en una serie de islas que conforman la capital moderna: en una, los tres grandes palacios que corresponden a las tres autoridades de los Emiratos: el presidente, el vicepresidente y el heredero. El palacio presidencial, que visitamos, es un derroche de luz, cristal, mármol y azulejos. A Walt Disney le hubiese gustado para ilustrar un cuento de las mil y una noches. No es una casa para vivir sino para deslizarse por los reflejos de sus grandes salones y cúpulas, su biblioteca con libros de cartón, su centro de investigación a base de fotografías. Y así. En otra isla, su gran mezquita que lleva el nombre del primer presidente de EUA, de cuyo nombre mejor no acordarse. Todo es enorme: los candelabros, los minaretes, los arcos, la superficies marmóreas, los estanques. En otra el circuito de Fórmula 1, Yas Marina, un conglomerado de la cosa deportiva: parque temático, puerto deportivo, zonas residenciales, parque acuático, zonas de deporte y ocio, y un hotel con vistas al circuito que parece un diseño de Foster pero que no lo es. Y cercanos, un parque Ferrari y un gran Mall donde los sirvientes son foráneos y los compradores, pocos, emiratíes hombres con túnicas blancas y turbantes y mujeres vestidas con túnicas negras de seda o a la europea, indiferente su mentón elevado a quienes les atienden o a los turistas que ponen un interrogante sobre su turbante, como si su riqueza sobrevenida fuese un don de Alá que solo a ellos corresponde.
La barbarie, como digo, se esconde bajo esa modernidad de cartón piedra. La flagelación sigue existiendo para el adulterio, las relaciones sexuales prematrimoniales y el consumo de drogas o alcohol. La Sharia establece entre 80 y 200 latigazos. La lapidación es aún legal en los EUA. En mayo de 2014, una empleada doméstica asiática fue condenada a muerte por lapidación en Abu Dabi por cometer adulterio. La amputación y la crucifixión son legales. La sodomía tiene una pena de hasta 14 años de prisión. Varias mujeres (australianas canadienses británicas nórdicas) que, recientemente, denunciaron violaciones fueron condenadas a prisión por "sexo ilícito y consumo de alcohol".
A remolque, Liuba tuvo que contestar algunas preguntas. No hay educación y sanidad gratuita -solo para los naturales del país- para los trabajadores foráneos, más del 80% de la población. Tampoco paro a derecho a la jubilación. Es casi imposible que consigan la ciudadanía. Liuba lleva veinticinco años y no la tiene. Una ley de relaciones laborales o no existe (empleadas domésticas: sometidas a todo tipo de abusos) o es casi imposible de aplicar, salvo en el caso de expulsión inmediata en caso de quedarse sin trabajo. Quedó sin respuesta la pregunta de dónde viven los trabajadores orientales que no pueden pagar con su sueldo miserable los mil o 1500 euros de alquiler de un apartamento medio. Como turistas de pago, pudimos comprobar los privilegios de los bediinos hechos ricos de un día para otro: un desayuno con una galería interminable de exquisiteces de las que que era imposible dar cuenta, tal era su cantidad, y una comida y una cena extravagantes, en dos Crown Plaza, con una oferta tan grande de manjares que era imposible descubrirlos todos. En EUA se hace visible el mundo feliz de Aldous Huxley.
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