Por fin una serie adulta (que no para adultos, no es lo mismo) me dije al acabar de ver el primer episodio. Complejidad es la clave. Un hombre se despierta agitado, confundido entre una pesadilla y la memoria: se le aparece su mujer muerta, tirada en el baño, mostrando los estragos de la demencia. Buena parte de los personajes que aparecen son viejos (buenos actores); se ven abocados a la acción por sucesos que vienen del pasado. En los siguientes episodios (pocos, solo siete) la trama deriva en un thriller de espías: sucesos que ocurrieron durante la guerra entre afganos y rusos, con mediación americana. Algo necesita ser explicado y comprendido y alguien debe morir.
La historia parecía más compleja de lo que al final resulta. Los guionistas saben que lo que distingue al adulto es la comprensión del mundo como algo complejo, difícil de simplificar. Creen que los personajes de la gran literatura han tomado cuerpo en torno a una profundidad psicológica que ellos quieren imitar. Como la trama no da mucho más de si, elaboran diálogos entre los diferentes personajes que pretenden decir más de lo que dicen: frases envueltas en una niebla de opacidad que cuando despeja muestran su vacío. En los capítulos del medio solo quedan esas frases y su niebla. Se nota en los actores que no saben qué cara poner cuando están diciendo cosas sin sentido, que no pueden entender; los primeros planos de sus rostros se alargan en un espacio tiempo insignificante.
En el último capítulo la trama sufre el giro que necesita para exprimir el interés del espectador y de los productores para que haya una temporada más. Las conversaciones sobre identidad y paternidad que habían tenido los personajes en los capítulos anteriores adquieren cierto sentido, pero insuficiente para que la serie tome vuelo. A pesar de todo viendo el infantilismo de las teles, copadas por el anime, la fantasía arcaizante y los superhéroes, a pesar de sus carencias, The Old Man es entretenida.
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