El objetivo de un viaje a un país exótico para nuestros parámetros es hacerse con el alma del país (¡Qué osadía!). También cabe el viaje interior, como sucede con los muchos foráneos que hacen el Camino de Santiago, en el que lo que se va viendo no es más que decorado con el fin de reencontrarse con uno mismo (¡Qué esfuerzo condenado al fracaso!). Irán es un país geográficamente inabarcable, tantos y diversos son sus paisajes, desde las nieves eternas al desierto más inhóspito. En el norte, el nevado Damavand, en los Elburz, un volcán durmiente, señorea Irán desde sus imponentes 5.610 metros de altura. En el sureste, una depresión llega a los 300 metros por debajo del nivel del mar, el desierto salado de Lut (Dasht-e-Lut: 'desierto del vacío') donde se han documentado las temperaturas más altas de la tierra, 81 °C, hábitat imposible para cualquier criatura. Sin embargo es la amplia meseta irania la que ha modelado la historia del país, una región con áreas definidas, Partia, Media y Persia. Con sus 2.000 kilómetros de longitud, en la época de la Gran Persia, podía extenderse desde el Éufrates al Indo, desde el Cáucaso al Caspio y al golfo Pérsico, incluyendo Afganistán y Pakistán, también Turkmenistán, Tayikistán y Uzbekistán. Tabriz, Shiraz y Kabul han sido vértices de esa imponente área.
Pocos países han tenido una historia tan larga y continuada, desde el imperio elamita de Susa (1.100 ac) hasta la República Islámica, tan larga que caben los experimentos históricos más extremos: del ilustrado de los abasíes, cuando el país estaba a la cabeza de la ciencia y la filosofía del mundo, a los más sombríos: la brutalidad de los mongoles y el oscurantismo de los ayatolas. Los medos de Ecbatana (Hamadán), Ciro el grande y Darío (Persépolis), Alejandro Magno, coronado como rey de Asia en Babilonia, y los seléucidas, los partos de Mitrídates (Ctesifonte), enfrentado a los romanos, y los sasánidas de los Cosroes que los humillaron, los califas abbasíes y sus sucesores regionales, donde brillaron científicos filósofos y poetas, los brutales mongoles de Timur (Samarcanda), los safávidas de Abbás el Grande (Tabriz), contemporáneos de los Austrias españoles, que hicieron del Islam chiita la religión oficial, Nader Shah, proclamado sah en 1736, considerado el Napoleón iraní, y los crueles qayaríes del XIX que vieron como el vasto y milenario imperio se deshacía, hasta llegar a la frustrada modernización de los pahlavíes de los Rezas, antes de que Jomeini, en 1978, aterrizase en Teherán viniendo de París, para bajar el telón y sumir a Irán en una de sus épocas más oscuras.
Por debajo de los avatares históricos, una cultura más antigua que la europea y tan profunda ha dado al carácter iraní una continuidad que permite su supervivencia y posible resurrección después de 40 años de iniquidad, una profundidad que va corroyendo los sistemas tiránicos hasta acabar con ellos. Franco duró cuarenta años, por qué los jomeinis habrían de durar más.
La religión, la lengua y la literatura han sido los elementos de continuidad. El zoroastrismo y sus variantes (mazdeísmo, mitraísmo y maniqueísmo, mazdakistas y jurramitas) contribuyeron a forjar el alma de este país antes del chiísmo y aún en este persiste su huella, como persiste en el modo europeo de ver el mundo. Nietzsche afirmaba que Zoroastro fue el primer inspirador del universo moral en el que nos movemos. A día de hoy. ¿son religiosos los iraníes? Solo 1,4 % de la población asiste a la oración comunitaria de los viernes y la población, como vemos estos días, está en proceso de perder el miedo a los ayatolas.
La edad de oro de la cultura persa alcanzó su apogeo en los siglos X y XI, durante los cuales Irán fue el principal teatro de actividades científicas del mundo. Fue el momento de la gran poesía en neopersa: Rudaki, Firdusi, Hafiz Shirazi, Saadi y Omar Jayyam. “Hubo otros poetas en el XV pero el corpus literario iraní no tiene parangón, es espectacular, prolijo, sublime y diverso. El alma iraní hunde sus raíces en esta poesía, en los intricados entresijos de los conceptos y las metáforas que encierra”,(Michael Axworthy). Cada cien años los occidentales descubren un poeta iraní. Los románticos hacia 1800 a Háfiz, los esteticistas en 1900 a Umar al-Jayyam, la New Age en el 2000 a Rumi, quizá ahora sea el tiempo del poeta sufí Fakhr al-Din Iraqi.
A medida que nos alejamos el acontecimiento se vuelve menos cálido y emocional, los detalles se olvidan, el calor humano; la distancia impone la mirada fría, la abstracción. Idealizamos para bien y para mal lo que una vez fue áspera y placentera realidad. Así este Irán que desde que lo dejamos se ha vuelto antipático y rudo. Sin embargo, en la valentía de las jóvenes y adolescentes persas vemos que la vida estaba ahí, que seguía fluyendo por debajo de la oscuridad del régimen tiránico.
Emoción e impotencia es lo que uno siente ante el sacrificio, probablemente inconsciente, de las niñas persas que después de más de un mes mantienen encendida la llama de la libertad. Occidente les ha proporcionado la idea de que se puede vivir de otra manera, más libre e igualitaria que bajo el oscurantismo islámico, aunque no les hemos dicho cómo mantener la rebeldía sin morir en el intento. Sería la primera revolución de niñas y la única capaz de acabar con la tiranía de los viejos ayatolas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario