sábado, 15 de octubre de 2022

El peligro del simplista que llevamos dentro (Leer a Harari)

 


La buena narración seduce pero es reduccionista; toda narración lo es. Nos hace creer que los asuntos complejos con un poco de atención están a nuestro alcance. Esa es la crítica de este análisis de la obra de Harari. El divulgador actual ha sustituido al novelista del pasado. Ambos se creen capaces de hacer una simulación perfecta del mundo. Por pereza se la compramos.


El populista es el que gracias a sus artes se adueña de nuestra confianza, de nuestros temores y de nuestra esperanza llevándolos en la dirección que desea. Somos confiados, creemos en nuestro poderío, somos frágiles, todo al mismo tiempo (Yo mismo). El populista potencia esas tendencias en su beneficio.


Pero acaso, ¿no es eso lo que hace cualquiera que tiene un altavoz o una pluma?


Confieso que leí Sapiens con entusiasmo. Creí que me proporcionaba una comprensión sobre la naturaleza humana como nunca antes nadie lo había hecho. Como sucede con la buena poesía o con las grandes novelas es fácil caer rendido ante el habilidoso retórico. El entusiasmo ante la forma impide preguntarse sobre su veracidad, aquello de que lo bello o lo bien dicho es verdadero. Sabemos que nuestra percepción del mundo es limitada, contenida en unos parámetros, pero una y otra vez ponemos entre paréntesis ese saber para sentirnos omniscientes y poderosos. Nos conformamos con soluciones simples a problemas complejos. Por eso caemos tan fácilmente en las redes de los charlatanes. Lo leí como se lee una novela, pero no era más que un texto divulgativo de un todólogo, no el ensayo especializado de un científico. La contraparte del populista es el simplista que todos llevamos dentro: ante los engorrosos problemas complejos queremos que nos convenzan con soluciones tan inmediatas como simples.


Un ejemplo de cómo el autor del análisis desmonta a Harari:


"Marion J. Lamb lo dicen mejor en su libro Evolution in Four Dimensions :


La idea de que existe un gen para la aventura, las enfermedades cardíacas, la obesidad, la religiosidad, la homosexualidad, la timidez, la estupidez o cualquier otro aspecto de la mente o el cuerpo no tiene cabida en la plataforma del discurso genético. Aunque muchos psiquiatras, bioquímicos y otros científicos que no son genetistas (sin embargo, se expresan con notable facilidad en temas genéticos) todavía usan el lenguaje de los genes como simples agentes causales y prometen a su audiencia soluciones rápidas para todo tipo de problemas, no son más que propagandistas cuyo conocimiento o motivos deben ser sospechosos”.


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