La abrumadora impresión es que Armenia es una entidad espiritual. En el pasado está su grandeza y singularidad: un islote cristiano en medio de un mar musulmán, una identidad transmitida sin quiebra durante dos milenios. Como toda sociedad milenarista está a la espera de que algo tenga que suceder: querría ser Europa pero es transcaucásica, querría que su amigo fuese Estados Unidos pero el tratado de defensa lo tiene firmado con Rusia, la geografía le impide esquivar a los vecinos que la han maltratado históricamente (la ciudad cambió de manos catorce veces entre 1513 y 1737; más tarde los zares la harían suya). Así que se mantiene a la espera de un Mesías redentor. Mientras tanto el futuro no va más allá del amanecer del siguiente día.
Para captar el espíritu de Armenia, si uno tuviese un solo día en Erevan debería comenzarlo en el monasterio de San Gregorio (Khor Virap) y acabarlo en el memorial del genocidio, dejando la tarde para pasear por el sueño truncado de la modernidad, la Cascada. Pero Rozana tiene otros planes.
La primera visita, sí, es a la colina de Pokr Vedi, donde se encuentra el monasterio originario de la fe armenia, Khor Virap ('mazmorra profunda'), en medio de la llanura del Ararat, a pocos metros de las cercas de alambre de púas que separan a Armenia de Turquía. Ahí se conserva la cueva donde Gregorio el Iluminador, encarcelado por Tiridates III, el mismo que lapidó a Hripsime, la protomártir, pasó 14 años, hasta que en un giro inexplicable el rey se arrepintió de su maldad, liberó a Gregorio y proclamó el cristianismo como religión de Estado (301). Khor Virap no solo es un lugar de peregrinación al corazón de la fe armenia, ahí está el mirador elevado desde el que, entre brumas (hoy no es el mejor día para las fotos), aparecen los dos picos que componen el Ararat (5137, el más alto), con nieves perpetuas, como un espejismo que tocases con las manos, pero al otro lado de la frontera del enemigo histórico, el causante del genocidio. Cuando el armenio sube al mirador, donde ondea su bandera sobre alta asta, grita, 'Viva Armenia' y, como el león de su escudo, mira al horizonte invisible tras el Ararat: el enorme pedazo de tierra perdida, 9/10 partes del territorio, y, más allá, a la civilización romana a la que cree pertenecer. Un armenio todavía vive en el Imperio romano (oriental) tardío.
El segundo monasterio donde nos lleva Rozana es el de Noravank, para mí el más singular y bello de cuantos he visto en Armenia. La primera impresión al divisar el Monasterio es el de un conjunto escultórico, tanta fuerza icónica tiene su esbelta figura y el color rojizo de la piedra. Construido en el siglo XIII, Noravank se erigió en un altiplano rocoso, delante de la estrecha garganta del río Amaghu, frente a acantilados de piedra caliza.
El camino que asciende al monasterio está flanqueado por khachkars, las cruces de piedra que son el elemento más singular del arte y la religiosidad armenia, rescatadas de la perdida Armenia Occidental. Eran fáciles de tallar, permitían detallados grabados, siempre distintos, siempre originales, que una vez finalizados se teñían de rojo brillante, utilizando tintura obtenida de insectos triturados.
La cascada. Si toda obra humana permanece en vilo sobre su posibilidad, Erevan, y Armenia en su conjunto, es la imagen perfecta de esta suspensión, muy cerca de aquellas ciudades aéreas (celestes) e intemporales que imaginaron los medievales. Ereván es una ciudad en construcción cuyo diseño parece suspendido. En los años finales de la era soviética, Jim Torosyan y otros arquitectos, recogiendo las ideas de Alexander Tamanian que en 1924 había creado el primer plan general de la ciudad moderna para Ereván, propusieron una profunda reforma urbana: una gran avenida que partía del monte más elevado, con vistas al Ararat, en forma de cascadas escalonadas y atravesaba la ciudad como eje que diera sentido a la ciudad moderna. La parte construida, la cascada y la explanada a sus pies, es efectivamente la parte moderna de la ciudad: esculturas entre el pop y el kitch (Botero, Lynn Chadwick, Barry Flanagan), fuentes, gente joven en terrazas, boutiques de marca, música callejera. Contó con la financiación y las obras de arte de un armenio de la diáspora, el magnate americano Gerard Cafesjian. Cerca, el auditorio y el conservatorio dejan oír sus instrumentos para mostrar que el país ha producido buenos músicos, clásicos y pop, Katchaturian y Aznavour. Fuera de ese espacio, el resto de la ciudad aún se debate entre estructuras soviéticas y una arquitectura indefinida. La plaza de la República rodeada en círculo por edificios institucionales es un buen ejemplo.
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