Amanece sobre Tabriz. Una luz sucia, polvorienta, va cayendo hasta depositarse en fina capa sobre las superficies. Recogemos en el vestíbulo un picnic de papel blanco. Nos acomodamos para un largo día sin horas, de tan monótono como imaginamos. Detrás los apestados: Tino y Juan Francisco, Anna y Ana, las dos Teresas, Naty y yo mismo, boca y nariz tapadas, quejumbrosos, los ojillos semicerrados, y una tos arrítmica (Gracias le sean dadas a Amparo por sus desvelos). En el duermevela de cabezadas y brusco despertar, recorremos el paisaje del montañoso norte iraní: carreteras vacías, altas lomas áridas y despobladas y desfiladeros a medida que vamos tomando altura y aparecen los picos más altos, luego el largo tramo fronterizo con el enclave de Najicheván, territorio de Azerbaiyán, antes de llegar al paso fronterizo con Armenia. Horas en las que la luz del brumoso dorado del amanecer iraní se diluye en sombras azuladas en la alta montaña y rebrota en el verde rastrero de los campos de cultivo acerí. Al otro lado de la alambrada fronteriza se ven pequeñas aldeas y campos, arboledas, un río caudaloso que nos acompaña un largo tramo, el río Aras, y una vía de tren protegida de derrumbes por paramentos. Ingeniería soviética. Adivinamos ciudades: Azadkan, Dasta, Ordubad, con el temblor nervioso ante lo desconocido, hasta que el Aras llega a Armenia. El trámite en Norduz es relativamente cómodo. Arrastramos maletas y mochilas a través de un puente, donde las chicas se deshacen de velos, faldas y mangas largas. Una mala información de Majid hizo que no pudiésemos cambiar en la frontera los muchos millones de reales iraníes que atesorábamos. Ya en Agarak, Armenia, hemos de esperar por un malentendido hasta que damos con las furgo que nos llevarán por carreteras de montaña recientemente asfaltadas, paisajes de ensueño y constantes patrullas de soldados.
Hace un par de días, un grave incidente fronterizo entre Armenia y Azerbaiyán con muchos muertos ha avivado el conflicto. Durante parte del trayecto pasaremos junto a la franja de seguridad que separa/une a Armenia con el irredento territorio de Nagorno-Karabaj (la autoproclamada República de Artsaj donde viven unas 150.000 personas), el corredor de Lachin. Con el mismo temblor del descubrimiento iremos viendo los techos de hojalata de las casas pobres, las cúpulas de sus iglesias, los edificios institucionales, algún palacete, las estaciones de Meghri, Kajaran y Syunik, en el mismo límite fronterizo, con subeybajas de pasos entre las montañas Zangezur, acantilados vertiginosos y verdes panorámicas que no habíamos visto en Irán, hasta llegar a Tatev, uno de los hitos del viaje.
Tatev es monasterio del siglo IX construido sobre una altiplanicie de basalto, al borde de una profunda garganta del río Vorotán. Un paraje espectacular ante el que paramos unos pocos minutos. El plan era coger el largo teleférico que une Tatev con Halidzor, salvando la garganta, y dormir en Goris, pero los responsables creyeron que era correr demasiados riesgos ante el actual conflicto. Ni siquiera vimos el monasterio por dentro. Así que tras dar cuenta del magro picnic de la bolsa blanca: un sándwich de queso y jamón descolorido, una manzana demediada y una especie de magdalena demasiado dulce, armamos una paciencia de horas hasta llegar a Erevan.
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