Otra dura jornada desde Sarein a Tabriz, con el viejo bus destartalado, una ruidosa sauna, por paisajes desérticos, donde parece que no haya llovido nunca, para llegar a un lugar extraño único singular, Kandovan.
Un paisaje de cuento donde corretean niños como gnomos, mujeres y hombres de sonrisa cansada o directamente ausente (hartos de turistas), casas sobre acantilados abiertos al valle por donde ahora discurre un río seco. Casas trogloditas, podría decirse, excavadas dentro de rocas volcánicas similares a las viviendas de Capadocia. Las denominan Karaan. Los karaans se recortaron a partir de ignimbritas. Las ignimbritas, algo así como ‘nube de polvo de roca ardiente’, se formaron como resultado de inmensas explosiones de cenizas piroclásticas que fluyeron por las laderas del volcán, en este caso tras la erupción del Monte Sahand. La forma de cono es el resultado de la erosión de capas de ignimbrita, piedra pómez porosa, redonda y angular, junto con otras partículas volcánicas que se colocaron en una matriz ácida gris. Alrededor del pueblo, el espesor de esta formación supera los 100 metros y con el tiempo, debido a la erosión del agua, se formaron los acantilados en forma de cono.
El impacto inicial ante este paisaje único queda atemperado por los inevitables cables que impiden una buena fotografía, y cuando no los hay por la prohibición expresa de fotografiar las casas, salvo si se acepta la invitación constante de sus habitantes a entrar en ellas: pequeños almacenes de todo tipo de cosas, entre ellas aceitunas miel y uvas, de lo que viven los lugareños.
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