Entramos en Qazvin, la capital de la dinastía kadjar o qayarí, con bellos edificios de estilo safaví, la dinastía anterior. Estos dejaron su mejor huella en su capital, Isfahan, probablemente para quien no la haya visitado el lugar más bonito de Irán. Los safavíes, que reinaron en el XVI y XVII, a la par que los Austrias en España, destacaron por dos cosas: convirtieron la chía en religión oficial, en competencia con el sunismo de los otomanos, el imperio rival, y por su afición a la bebida. La mayoría de ellos murieron alcoholizados. Dejaban en mano de visires el gobierno secular y el religioso en manos de los mullahs, mientras ellos se entregaban al placer, en contradicción con la estricta vía del chiísmo que establecieron para sus súbditos, y que daba fin al sufismo como práctica mayoritaria del Islam en Irán. Fue en 1694 cuando el nuevo sah sultán Husein Mirza, siguiendo los consejos del clérigo más influyente de la época, Mohámed Baqer Majlesi, emitió un decreto que ordenaba
“ la clausura de tabernas, locales que servían café y lupanares, y prohibían la prostitución, el opio y otras “plantas cautivadoras”, la sodomía, la música en público, los bailes y el juego, y hasta entretenimientos tan inocentes como volar cometas. Las mujeres tenían obligación de quedarse en casa, comportarse con recato y no relacionarse con otros hombres aparte de sus parientes. También debían vestir la indumentaria islámica”.
El hojatoleslam Jomeini se inspiró en las prácticas de Majlesi para crear la República Islámica.
Incluso el último de los safavíes, su epígono más bien, el gran militar y reformador Nader, a la altura de Napoleón, cuenta con una historia de crueldad parecida a la que la leyenda negra atribuye a Felipe II. En este, la muerte de su hijo Carlos en las mazmorras, en la de Nader, la extirpación de los ojos de su primero y más querido hijo Reza Qoli por temor a ser derrocado, algo que sería costumbre en la siguiente dinastía, la qayarí, sacar los ojos. Nader murió asesinado y lo que siguió fue una historia de terror. Para asegurar su reinado el nuevo sha solía pasar a cuchillo a los hijos y nietos del sha anterior, también a los propios. Incluso hubo uno que rajó el vientre de las mujeres embarazadas del harén para acabar con posibles herederos.
Los generales de Nader, como los de Alejandro, se repartiron el botín. Ahmed fundó la dinastía durraní, dando forma al actual Afganistán. Y Erekle el reino independiente de Georgia. Un siglo de decadencia demográfica y económica, el XVIII, para Irán. Isfahan, la capital de los safavíes, el Londres oriental, decayó hasta ser un mero poblado provincial. Si Inglaterra de principio a fin de siglo pasó de 6 a 9 millones, Irán hizo el recorrido inverso, dando fin a dos milenios de dominio regional. El Qazvin de los qayaríes, en el XIX, con sus mezquitas, madrasas y maidam (explanada central), postrer estertor imperial, durante un siglo fue el espejismo de Isfahan. Si los safavíes fueron crueles, los qayaríes lo fueron más. Agha Muhámmad, el fundador de esta dinastía, cuando se apoderó de Kermán, que le había opuesto resistencia, ordenó
“que todas las mujeres y niños de Kermán fueran entregados como esclavos a sus soldados y que les sacasen los ojos a los hombres que aún conservaban la vida. Para cerciorarse de que sus órdenes se habían cumplido al pie de la letra, ordenó que le presentaran unos canastos con los ojos arrancados; una vez esparcidos por el suelo, contaron hasta veinte mil. Aquellos hombres ciegos se dedicaron a mendigar por toda Persia y a relatar las desgracias que se habían abatido sobre su ciudad”.
En Qazvin vemos la mezquita más grande, la del viernes, donde dinastías diferentes dejaron huella, desde los abasíes a los safavíes, desde el VIII al XVII, con especial atención al lienzo norte donde los artesanos abbasíes aplicaron la técnica de la cuerda seca a los azulejos, horneándolos a diferente temperatura según el color para su mejor conservación.
En el centro de la ciudad se eleva el gran complejo que los safavíes construyeron para su disfrute veraniego, el Palacio de las 24 columnas, obra del sah Tahmasp. Se conserva con el descuido con el que los iraníes tratan su patrimonio. El bello palacio de planta octogonal está dedicado en la actualidad a una exhibición del arte caligráfico en el que destacaba esta ciudad de artistas y poetas. Qazvin por influencia de los safavíes puede considerarse la Isfahan del norte.
Merecen la visita el antiguo caravasar, cuyo patio invita al te, refrescos y dulces, y el bazar, donde a diferencia de Estambul o Marruecos los comerciantes no te acosan para que compres lo que no necesitas sino que te ven marchar con un punto de desidia y otro de melancolía.
La tarde a punto de partir hacia el inframundo, con Mila, Eduardo y Olatz, recorremos las mil caras del bazar y después el perímetro del gran palacio de los safávidas, buscando el modo de llegar a los mausoleos. La ciudad cuenta con dos notables. Para llegar al más pequeño, el de Hamdollah Mostowfi, pasamos por barrios donde somos como extraterrestres perdidos, o así nos miran. Hay bonitos murales en las paredes de un colegio, gente en retirada cargando con las bolsas de la compra, un hombre que lleva una torre de zulbia bamieh, la rosquilla persa, hace gestos invitándonos, panaderos en un horno. Compramos fruta para cenar en una tienda. En una esquina del recinto cerrado, Hamdallah Mustawfi Qazvini, geógrafo y poeta de Qazvin, aparace como un gnomo en una pequeña escultura de piedra delante de su tumba. El mausoleo más famoso hay que visitarlo ya echada la noche por los reflejos de la luz en su miríada de espejos, en la sala de oración del imam Zadeh Hussein, cuya cúpula turquesa, como tantas obras maestras iraníes, está oculta tras los andamios. A la salida las familias tienden sus alfombras para cenar a la luz de las farolas. También nosotros sacamos la fruta y hacemos gestos de complicidad. Complicidad que se convierte en fotos.
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