De los cinco magníficos de la literatura británica, Graham Swift parece el patito feo. Leí sus primeras novelas y luego le perdí la pista. Ahora una película, Primavera en Beechwood, lo ha devuelto a la actualidad (para mí). Mientras Martin Amis se ha ido decantando por una literatura autobiográfica, Ian McEwan por una temática de dilemas éticos, Ishiguro por un miniaturismo retórica que le valió el Nobel y Julian Barnes por un camino que combina los tres, el más conservador, Graham Swift, escribe novelas donde la trama y el dibujo de personajes lo son todo. No he leído la novela que está detrás de Mothering Sunday, pero, si la peli le es fiel, sigue la misma línea, un modo de concebir la obra literaria como una pieza artesana sin mayor trascendencia para quien la lee que la de un objeto que entretiene.
A medio camino entre el drama histórico y la caracterización psicológica, la narración se sitúa en el período de entreguerras del pasado siglo. Reconocidos actores representan a personajes estáticos, apesadumbrados por las consecuencias familiares de la guerra, la pérdida de sus hijos, y una etiqueta social y clasista que son incapaces de sortear. Una joven y bella sirvienta observa ese mundo paralizado, y pasado el tiempo lo convierte en la narración que estamos viendo. Dispuesta a saltarse los prejuicios, no con espíritu de rebelión sino porque en ella late la vida, la criada convierte a uno de los hijos superviviente de esas familias, Paul (Josh O'Connor), en su amante. El 30 de marzo de 1924, en Beechwood, mientras las familias del condado se reúnen para celebrar el acontecimiento de la próxima boda entre Paul y una de sus hijas, la joven sirvienta y Paul, a quien esperan aburridos, retozan en la esplendorosa cama de una de sus mansiones. Una jornada primaveral que aparece como la promesa de la nueva época en que rebrotará la vida. Sin embargo, lo que ocurre no será al inicio sino el suceso póstumo de un mundo ido.
Concebida como un tríptico flamenco, la película agrupa los sucesos en tres regiones pictóricas: en el centro la relación entre la criada y Paul, a la izquierda la vida de la criada observadora y escritora, y a la derecha la languideciente nobleza británica que no se repone de la guerra. Como en las tablas flamencas, los personajes estáticos, representados por grandes actores como Colin Firth, Olivia Colman y hasta una resucitada, en breves apariciones, Glenda Jackson -a la que quisimos tanto-, se disponen en los márgenes, como nosotros, para celebrar la belleza de la joven criada, Odessa Young, una belleza más rubensiana que van eycksiana hay que decir, que durante la mayor parte del metraje se exhibe desnuda. Si nos mostramos dispuestos a participar en el juego voyeur del encantamiento disfrutaremos de la película. Filmin.
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