martes, 12 de julio de 2022

De Pola de Siero a Oviedo

 

Palacio de Meres 


Un paso después de otro, como un tableteo sobre una superficie sonora, así los pies sobre el asfalto. La última etapa de Pola de Siero a Oviedo. Podría seguir hacia Lugo o hasta el finis terrae, pero caminar por este julio que comienza a ser caluroso ha perdido el sentido. Mi objetivo, el Lebaniego, lo cumplí con creces. Vuelvo a la vida rutinaria que el tableteo de los pasos presuponen. Toda la vida es rutina salvo preciosos instantes de esclarecimiento. No ha habido más que asfalto y sol en la etapa de hoy. Quizá el palacio de Meres, a mitad de etapa, si lo hubiese podido ver por dentro, mereciese un comentario. Un palacio como tantos en manos privadas, utilizado para bodas como me dicho un hombre con perro de los alrededores.


Oviedo 

Más interés tiene la inacabable traza humana. Una pareja de búlgaros se alojó conmigo en Pola de Siero, junto a Eddy el belga, una francesa que llegaba sofocada de Pau unas horas después de haber dejado su trabajo y haber cogido un bus hasta Bilbao y luego hasta Villaviciosa e iniciar en lo que quedaba del día la etapa de Villaviciosa a Pola de Siero, y Álex, una extraña figura catalana, no tan extraña, en el Camino. Los búlgaros, que no dominaban ni una palabra de español, tampoco del francés ni del inglés, a los que había adelantado hacía unos kilómetros, arrastraban consigo el largo desgaste del sometimiento. Su forma de caminar, la inclinación corporal para agradecer un favor, la cadena con cruz sobresaliendo del cuello. No pude hablar con ellos para corroborar todo eso, me bastaron los gestos, las miradas, el farfulleo.


Museo arqueológico 

Otra cosa es Álex, el catalán de algún lugar en torno a Blanes. Fueron unas horas de convivencia pero llegaron a ser agobiantes. Me lo encontré de vuelta del paseo de la tarde sobre el bonito césped del albergue: monologaba ante un atónito Eddy, que apenas entiende alguna frase de español. Cuando me senté junto a ellos el monólogo se tornó sobre mí: trataba de una iluminación que tuvo con veintinueve años. De creerle, hasta ese momento había tenido una vida perra. Con una timidez enfermiza, todo el mundo se burlaba de él, era incapaz de aprender nada y nada en el mundo le satisfacía hasta el punto de pensar más de una vez en el suicidio. Según él, en ese momento el cerebro se le paró. Cesaron las voces que hasta ese momento en confusión le hablaban y ordenaban. Durante días estuvo con el cerebro quieto, sin pensar ni hablar ni comunicarse con nadie, hasta que volvió en sí y empezó a ver las cosas por primera vez como las ve un niño. Eso dijo. Ponía los dedos delante de sus ojos o unas hojas de trébol o cualquier cosa que pasase ante él y se quedaba atónito, observando en silencio. Traduce, me decía, para que yo comunicarse a Eddy su experiencia. A partir de ese día empezó a ser él mismo y ya nadie se adueñó de su mente. Pasó por un psicólogo, luego por un psiquiatra que le recetó pastillas pero decidió lanzarlas al cubo de la basura. 


Empezó a leer libros, a ver vídeos de YouTube que le llevaban a otros vídeos; me dijo nombres de personajes que yo debería conocer, uno de los cuales, quizá el más famoso, fue entrevistado por Oprah Winfrey -no he retenido el nombre-, y eso le daba una autoridad que yo debería reconocer; conoció la organización del universo, la energía que viene de arriba, una energía 'fractalizada' que los propios dioses dejan caer sobre los hombres; se sorprendía de lo atónitos que quedaron su familia y amigos y por eso siente la necesidad en cada momento de contar lo que le sucedió. Yo intenté poner algo de cordura y tratar de explicar esos sucesos de un modo racional, explicaciones psicológicas que he ido leyendo. Mal hecho, porque eso le incitaba como en un ritornello a repetir una y otra vez la misma historia. Eddie se levantó del césped y subió hacia su habitación. Yo aguanté un poco más hasta que puse la excusa de cenar. 




El césped del patio trasero del albergue de Pola de Siero es un lugar como pocos para recogerse en silencio meditar escribir lo que sea. Esa era mi intención cuando volví con el móvil en la mano para escribir algo. Estaba allí. Le dije cuál era mi intención pero como suele ocurrir en estos casos no escuchó. Es posible que las voces hayan desaparecido de su cabeza invadida por una única y paranoide voz. Ahora sin duda parece poseído. Volvió a la misma historia, ahora sin Eddy, contada plenamente en catalán. Esta vez apenas intervine dejando que se explayara, atendiendo a su deseo de ser escuchado, 'pues todo el mundo lo necesita'.



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