Valdedios |
Me adentro hacia la Asturias interior, por brumas donde la visibilidad escasea temprano en la mañana. Voy solo por carreteras locales. Acabo de salir de uno de esos albergues que dejan huella. Solo tiene 10 camas. Lo lleva Sergio, un hombre que dejó Sabadell para venirse al interior de Asturias, a dos kilómetros de Villaviciosa, a un lugar cuyo nombre tiene encanto, Amandi. El albergue es una antigua ferrería acondicionada. Mitad por mitad éramos españoles y franceses, más una alemana. El albergue te acoge con cena y desayuno a cambio de un óbolo. El grupo pequeño, el encuentro casual, la cena bien regada, una paella de verduras, propicia la conversación libre donde parte de los prejuicios suelen decaer. En estas ocasiones se discute de lo divino y lo humano; aquí esta vez fue de filosofía. Había quien defendía que la filosofía es únicamente matemáticas y solo matemáticas. Naturalmente había que oponerse a esa reducción. Por la mañana nos hemos despedido entre abrazos quienes hemos compartido varios albergues juntos: El peruano y su chica, la profesora arandina de filosofía, el belga de la Valonia y yo mismo. También una guapa palentina, un paisano de Barriosuso, el propio Sergio y una hospitalera de Gurb, el lugar que con gracia noveló Eduardo Mendoza.
Iglesia de Alfonso III, Valdedios |
He llegado temprano al monasterio de Valdedios. He tenido que esperar una hora para que lo abran. Espero que merezca la pena. Está el monasterio en lo profundo de un valle, cuando llego cubierto en parte por la niebla que poco a poco se va levantando y aparecer el sol en las alturas. Confiaba que el bar restaurante que hay al lado estuviese abierto pero no es así: tiene pinta de haber sido abandonado durante la pandemia. El monasterio ya no está habitado por monjes, está al cuidado del patrimonio de Asturias. Lo más apreciable es la iglesia prerrománica exenta que fue levantada por Alfonso III, aquel que inició por el Camino Primitivo la ruta hacia Santiago. La insustancial visita la acompaña una grabación en un cacharro que se pone al oído. Dentro de la iglesia del monasterio luce un órgano ibérico, que en este momento, para amenizar la visita, suenan Aires de Cabezón, tocados por una chica.
Tras una dura subida para salir del valle, hasta hace poco oculto por la niebla, en el que está enclavado el monasterio -hay un pueblín que justamente se llama Vallinaoscura- toca hacer diez kilómetros más por asfalto y después, antes de llegar a Pola de Siero, otros cinco o seis más por senderos resguardados del hoy inclemente sol.
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