Es sorprendente la evolución de nuestros estados mentales. Hay estados patológicos de los que es difícil salir, salvo que caigas en manos de buenos psicólogos y psiquiatras, pero de esos hay pocos. Pero el hombre común puede salir con relativa facilidad de los estados transitorios de enajenación. Me refiero, por ejemplo, al enamoramiento. Date tiempo y ocupación. La vida del cerebro es explicada por la bioquímica.
“Las neuronas de nuestros cerebros son células que están formadas por un cuerpo central y varios apéndices. La mayoría de estos apéndices son las dendritas, que reciben señales de las neuronas cercanas, pero uno de ellos es el axón, una fibra más larga por la que se emiten señales. En la neurona se acumulan moléculas con carga eléctrica neta (iones) hasta que superan un umbral y se activa un impulso electroquímico, que recorre el axón y, a través de las sinapsis llega a las dendritas de otras neuronas. Si combinamos un gran número de estos sucesos, tenemos el origen de un pensamiento” (o una emoción o el inicio de un sentimiento, apunto yo). Así lo describe Sean Carroll, pidiendo excusas a los neurólogos por la simplificación.
Solo cuando te liberas de ese estado de locura transitorio que es el enamoramiento, adviertes que has caído en una especie de esclavitud que ha provocado en ti la bioquímica del cerebro, la excesiva producción de hormonas. Cuando te das cuenta y ha cesado la inicial euforia y la posterior caída en una cierta depresión, semanas después, agradeces la liberación y la vuelta al estado de normalidad. Es verdad que cuando estás encendido las sensaciones se amplifican y asistes incrédulo a una gran creatividad y a una intensificación de la propia vida, pero cuando todo ha acabado, y ha pasado el sufrimiento, te preguntas si merecía la pena. La respuesta es no.
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