viernes, 20 de mayo de 2022

Un hombre no es una cosa

 

Si uno ve lo que sucede en Ucrania con objetividad distante, ve el conjunto de la población, la entera de Ucrania y el ejército y parte de la sociedad rusa cosificados, olvidados apartados, sometidos a una idea superior, la de la política, en este caso la de la geopolítica. Alguien con poder decide por todos que hay que retrazar las líneas del mapa a cañonazos. No importan muertos heridos hambrientos humillados. Un vivo se convierte en cosa cuando es cadáver, pero en una guerra estando vivo ya es cosa. Creíamos que eso sucedía en el pasado, pero no. Hay centros universitarios y académicos señeros que han dedicado su vida entera a elaborar razones para la geopolítica. Pero no hace falta irse muy lejos para ver esta concepción de la política aplicada de una manera menos terrible pero igualmente cosificadora.


Pensemos en la ya casi olvidada República catalana. Qué pretendían sus líderes. Era una revolución de los ricos contra los pobres, la burguesía extractiva (Junts, CiU), la mesocracia catalanista (ERC, comuns), los tontos útiles (PSC) contra las clases humildes, los viejos inmigrantes de la periferia de las ciudades que han sobrevivido con las sobras. A pesar de mamar de las ubres del presupuesto aquellos querían más; a estos además de vejarles robándoles la lengua -qué insólito y desvergonzado espectáculo negarles un 25 % de su lengua para la escuela- se les impide acceder a los puestos de la administración y de las empresas semipúblicas, salvo excepciones. Cuando el cuerpo político catalán debate la cosa pública toda esa población está ausente, no cuenta, nadie les pregunta porque apenas tienen representación. No existen para la política. Tienen el mismo valor que los quintales de patatas recibidos cada mañana en Mercabarna. Cosas, son tratados como cosas. Y sin embargo, el actual gobierno del psoe y de podemos valida cada día esa deshumanización porque necesita su apoyo para mantenerse.


Ahora pasemos a la España democrática y a la política posterior al 15M. Se cantan las glorias de la transición y está bien que así sea porque hay una diferencia sustancial entre una dictadura y una democracia. El poder esta más repartido y se adoptan los estándares democráticos que funcionan en Europa. Algunos se conforman con eso. En realidad hubo una sustitución de élites, pero si se miran los apellidos y las procedencias se ve la familiaridad de las nuevas con las viejas. Lo mismo sucede en el intento de sustitución de élites del 15M. Siempre hay gente nueva, pero un rumor de fondo persiste. Familiares amigos conocidos. Las élites surgidas en el 15M ya están instalados, ellos y su retórica, haciendo piña con las viejas.


¿Es esto una impugnación del gobierno de las élites? No, se supone que el gobierno siempre ha de ser el de los mejores. Pero para que funcione tiene que haber reglas claras contra el nepotismo contra la corrupción contra el amiguismo y al mismo tiempo reglas que permitan a los que vengan de abajo acceder en igualdad de condiciones a los mejores puestos. Claridad y que se cumplan las reglas. Una democracia de ese tipo exigiría los mejores gestores en economía en educación en defensa en interior para que un recién nacido de cualquier condición tenga las mismas oportunidades, ni una menos, en su educación, en el acceso a cualquier profesión, en los negocios, en el trato con la administración. Si no es así la democracia es un bluf. Pero qué sucede, como vemos año tras año década tras década, la primera preocupación de los que acceden al poder es crear las condiciones para mantenerse y hacerse ricos ellos y los suyos. Y lo que quede, si les queda tiempo para gobernar y dinero, si gestionan regular, lo reparten haciendo distingos entre los suyos y los otros. ¿Es que debemos buscar santos para el gobierno de los países, no, simplemente personas honradas y capaces? Diógenes las está buscando con su candil.



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