La deshumanización del mundo no es un ejercicio teórico, algo que nos remite al pasado, sino que se desarrolla ante nuestros ojos. La geopolítica aplicada vuelve cuando la creíamos disuelta, barre cualquier concepto de personas vivas, sus hechos y puntos de vista, destruye sus hogares, y hace que el poder sea extremo y los regímenes y las fronteras estatales sagrados. Esta clase de política obliga a la gente a morir por líneas en el mapa y derramar sangre por suciedad. La geopolítica aplicada reemplaza una economía productiva con la movilización de cualquier recurso que pueda ser utilizado para la guerra, independientemente de los derechos de las personas a la vida, la libertad y la propiedad.
Escondido detrás de la cortina de humo geopolítica de Putin, hay un vacío que desafía la comprensión. Tal vez quería provocar otra crisis para mantener su control sobre el poder y simplemente calculó mal la escala, o tal vez quería vengarse de los ucranianos por insultarlo y simplemente lo llevó demasiado lejos. Nada aquí constituye una excusa válida, pero estas motivaciones están sin embargo expresadas en el lenguaje de la geopolítica, que asume el desprecio por la vida de las personas y su dignidad, por no hablar de los muertos que deja la guerra, invisibles ya, convertidos en cosas. Al emprender cualquier proyecto geopolítico, los individuos dejan de ser relevantes para las autoridades.
Si hay algún aspecto positivo en la catástrofe de hoy en Ucrania, es la bancarrota moral de la geopolítica al descubierto.
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