lunes, 11 de abril de 2022

Touba

 


Salimos temprano de las dunas sin ver amanecer pues el día sigue entibiado. Las carreteras son estrechas bacheadas y aunque es domingo y hay poco tráfico el bus renquea lentamente. Llegamos a Touba la ciudad santa de este país que en septiembre congrega grandes peregrinaciones. Es una ciudad grande de casi dos millones de habitantes. Hasta los mercados hoy domingo están raramente tranquilos. La mezquita casi vacía. Dice de sí misma que es la más grande de África y que compite con la de Casablanca por la mayor altura. Todo brilla en la mezquita más que el sol: los mármoles travertino y de Portugal, los azulejos de diversas partes del mundo, las lámparas de Turquía, las alfombras persas. Una competición en la que rivalizan todas las ciudades donde haya turistas. Hay muchas personas limpiando y otras que en vez de rezar parece que estén durmiendo sobre las extendidas alfombras. Los vigilantes echan de malos modos a los niños, para que no se acercan a los turistas, para que no molesten. Por doquier se aprecia en este tiempo gran descuido de los niños, no solo aquí también en España durante la pandemia que les encerraba en casa y los enmascaraba en la escuela, en Valencia y en Mallorca donde sus cuidadores han traficando con ellos sin que el asunto se haya convertido en gran no escándalo y las feministas extremas que para cuidar formas distintas de ser mujer descuidan a los niños.


Discutiremos después sobre la vergüenza del lujo de la mezquita de Touba. Cómo se lo pueden permitir, objetan algunos. Siendo tanta la miseria, por qué ese gasto dedicado a la nada. El islam aquí está organizado en cofradías que recuerdan a antiguos hombres santos, morabitos. En su honor se levantan santuarios, mezquitas como la de Touba o Kaolak. Se hacen multitudinarias peregrinaciones. Casi siempre bajo la variante islámica del sufismo. Los monumentos se hace por conectas en las que participan los muy ricos y los pobres. En la discusión se hablaba de  engaño, de comedura de coco. No llegan a comprender el componente simbólico. Los muy pobres necesitan verse compensados, el orgullo de pertenecer a algo más grande que ellos mismos. Tienen necesidad pero cuando ven como refulgen los blancos los dorados los azules  y verdes en las torres en los suelos en las bóvedas sienten el orgullo de vivir en una ciudad que es más grande que los pueblos donde han nacido y que otras ciudades y países. El orgullo de su fe compensa su mala vida.


El viaje se ha detenido después en un poblado para entregar a la chiquillería materiales de escuela. Las casas cónicas con techumbres de ramaje y paja, y cuando ésta falta de hojalata o aluminio. Alrededor su pobre vida, huertos minúsculos, cabras escuálidas y acacias para la sombra. Y el gran mal sobrevenido: un mar de plástico por doquier, en el suelo, en las cárcavas, cubriendo los arbustos y ramas de los árboles. Deben existir vertederos, no se ven. En la temporada de lluvias las torrenteras los desbaratan y mueven los plásticos por África entera. 


Acabamos en Kaolak sin tiempo para apreciarla, salvo para pasear un rato por el bazar, un mercado artesano y una casa singular, sede de la Alianza Francesa.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se te olvidó poner que en Madrid tambien abusaron de las menores y lo de las feministas extremas o lo entiendo

Toni Santillán dijo...

Claro