Me despierto con una temperatura inmejorable, impropia del país. Abro el móvil. En Ucrania una matanza más. En China la pandemia desbordada: hospitales abarrotados, médicos que se desmayan, la población encerrada en varias ciudades hasta completar 200 millones, policías con monos blancos metralleta en mano vigilan. La gente sale como pueden de sus casas y asalta los supermercados.
Hemos dormido en cabañas simples pero confortables, tan cómodas que podrían ser inmejorables para los muchos que no tienen vivienda.
La tonalidad rosa del lago que lleva ese nombre puede verse a determinadas horas del día, y no todos los días, dependiendo del reflejo de la luz solar sobre el agua densamente salubre. El color singular atrae a turistas y a las mujeres que les ofrecen fruta y abalorios. También a artistas locales con pinturas hechas de arena coloreada sobre tabla con motivos africanos. En la orilla jóvenes al sol trabajan en los secaderos de sal que luego exportan a los países vecinos. En la otra orillas unos 4x4 nos hacen subir y bajar por las dunas.
En un pueblo vecino el patriarca nos explica la vida en el pueblo. Un montón de niños revolotea alrededor. Allá por donde vayas, por todo el país, hay niños y más niños. También jóvenes ociosos, sentados junto a alguno de los miles negocios que bordean la carretera. La cinta de asfalto en no muy buenas condiciones es un mercado continuo. Una niña me toma de la mano que no abandonará hasta que acabe la visita. Otra inspecciona los pelos de mi brazo y de los dedos con un raro interés. Le pregunto a la primera por su nombre, su casa, sus hermanos, la escuela. A todo me dice que sí moviendo la cabeza. Un hombre me dice que no sabe francés, que solo hablan en woluf. No va a la escuela porque no pueden pagarla. Una escuela pública están construyendo ahora los chinos, me asegura el hombre.
El patriarca dice que viven de los huertos con algunos animales. Nos enseña la pieza única de una casa. El suelo está cubierto de alfombras. Ahí duermen las mujeres con los niños. Los hombres, en la cocina, en otro local.
Por todos los pueblos por los que pasamos hay casas a medio construir. Todo cubierto de arena. Solo unos pocos pueblos tienen depósitos de agua. Al atardecer subimos a lo alto de las dunas en el desierto para ver la caída del sol. Tenemos mala suerte, un velo lo empaña. Dormimos en jaimas, entre las dunas.
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