martes, 5 de abril de 2022

Música sin letra

 



Puede que No More Shall We Part de 2001 sea uno de los últimos discos que compré, en aquellas tiendas de la calle Pelayo y Tallers, antes de pasarme a Napster, el primer sitio donde se compartían canciones libremente, antes de YouTube, mucho antes de que se generalizara el streaming. Escuchaba las canciones de Nick Cave por la música. Me aficioné a él por lo que se parecía a Leonard Cohen, uno de los músicos que más he escuchado. Me gustaban sus ritmos sus cadencias el tono melancólico de su voz. Luego he escuchado muchas otras canciones suyas, pero sin saber a qué disco pertenecían y qué decían sus letras. Ese es un defecto principal de la cultura en español, al menos de las viejas generaciones, de nuestra dependencia subordinada, sin significado, de la cultura anglosajona. Sólo presté algo de atención a los últimos discos, Skeleton Tree del 2016 y Ghosting del 2019, porque supe lo que le había ocurrido a uno de sus hijos, uno de los gemelos. 


En general, casi toda la música popular que escucho la escucho sin atender a las letras salvo en algunas ocasiones memorables, Bob Dylan. Solo recientemente, por la facilidad que proporciona la pantalla del móvil, y de tanto en tanto, pongo letra a la música que estoy escuchando. Quizá por eso nuestra cultura musical es ramplona, quizá Rosalía y Tangana puedan salvarnos, si somos capaces de desenredar sus letras. Una vez en este país crearon Cervantes y Lope y Góngora, también Tomás Luis de Victoria y Velázquez, el mundo se decía en español, creábamos pero ya no es así. Somos provincia de la provincia pero una provincia yerma.


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