Cuando escuchamos una canción que nos llega saltan chispas del carro del Sol. Si nos gusta repetimos la escucha, a veces insistentemente, para convertir la emoción en un estado de ánimo duradero. Raramente escuchamos un álbum al completo como se hacía antes cuando existían los CDs, y antes los discos de vinilo, los LPs. Sabemos a través de entrevistas documentales reportajes que los músicos entran en un estado de ánimo excitado cuando componen un álbum o eso nos cuentan. Cada uno tiene su propio ritmo, cada creación es diferente. Hay formas de proceder tan distantes como la de un cantautor que se encierra o se evade en algún lugar solitario para crear como un poeta o la de los cantantes modernos como Rosalía o Tangana que conciben sus creaciones como producciones en las que participa mucha gente y en las que incluso no es necesario que todos estén en el mismo lugar y al mismo tiempo porque para eso existen el productor y las mezclas. Hablar de arte son palabras mayores, aquello que es único y no se repite, y produce emociones singulares, a menudo con independencia del creador. En el documental que comento Nick Cave habla de un concierto de Nina Simone y un amigo suyo de otro de Jerry Lee Lewis: hablan del momento que precedía al concierto, de sus personalidades tan poco atractivas hasta que subidos al escenario se producía el milagro, se transformaban y ofrecían lo inesperado (aunque hay que decir que si el público acude al evento es porque espera que algo extraordinario suceda). Un concierto un álbum un libro están compuestos de partes y no todas alcanzan la excelencia, pero hay cosas que les hacen memorables: importa el producto que se ofrece pero también la actitud de quien lo recibe. Con el tiempo el recuerdo y la atmósfera que va cambiando en la sociedad hace lo suyo para elevar o hundir reputaciones: no era para tanto, fue una alucinación colectiva, cómo es que no advertimos su potencia. Las obras maestras son estados emocionales que cambian con el tiempo.
Nick Cave en este documental, 20,000 Days on Earth (2014) habla más que canta pero lo que dice es instructivo. Cuenta de una época de su vida en la que la heroína y la asistencia a la iglesia le ayudaban en su labor artística. Muchos procedieron de esa forma: la heroína estaba condenada socialmente; para los artistas era el motor de creatividad, o eso decían. Su actitud ante la vida ha cambiado, ha tenido decepciones amorosas, ha vivido con diferentes mujeres, ha tenido hijos y desgracias familiares. La heroína y la iglesia están en el origen de algunos de sus discos: eso nos cuenta y podríamos creerle. La experiencia vital: el abandono de la mujer amada, (No More Shall We Part) la muerte del hijo, semejante a la de cualquier humano, está en el origen de otro (Skeleton Tree). No hay un motor, una experiencia única que ponga en marcha el asalto al carro del Sol para robar el fuego de la divinidad. El arte es una experiencia única, irrepetible en las mismas condiciones, no tiene reglas y las chispas saltan donde quieren.
En el documental (ahora en RTVE Play) vemos a Nick Cave solo entre sus papeles dibujando escribiendo tachando aporreando el piano, lo vemos conducir acompañado de artistas, un actor una cantante o pasear irrumpiendo en la casa de algún amigo para comer y charlar, hablando del arte de su experiencia de lo que les hace únicos. Si la palabra artista tiene sentido es porque el toque de divinidad no afecta únicamente a lo que componen, a su actuación en un escenario sino a su propia persona que se transforma: transformarse es una palabra que se repite a menudo en las charlas y que probablemente está también en el espectador que espera que el toque divino llegue hasta él y que por un momento deje de ser quien es para ser otra cosa, porque quizá es eso lo que andamos buscando alcanzar a ser quien no somos.
Está claro que el estado de excitación en que consiste el arte no es duradero. El artista no puede vivir fuera de sí mucho tiempo: la gracia que se le concede requiere concentración y aislamiento y es seguro que, perplejos ante la felicidad del éxtasis que se les concede, muchos dejarán pasar el momento sin que quede constancia de lo ocurrido, sin que haya una obra que un espectador pueda contemplar. Lo que el documental muestra es la alegría creativa, la liberación en que Nick Cave vive mientras se rueda la película: está componiendo un nuevo álbum (Push the Sky Away). En el proceso, los que le acompañan hablan, algunos cuentan su propia experiencia, pero Nick Cave no parece escucharlos ensimismado como está en su momento, absorbido por la pasión que le ha puesto en movimiento.
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