domingo, 3 de abril de 2022

La vergüenza de ser rusos

 


Hay que posar los ojos sobre las imágenes que van llegando, hay que detener los vídeos de los alrededores de Kiev, de las pequeñas poblaciones cercanas a la capital que habían sido ocupadas por el ejército ruso y que ahora ha dejado atrás, nombres que ahora aprendemos: Bucha, Irpin..., nombres del horror, para verificar que no forman parte del espectáculo, que no son transcripciones de un libro, de una novela, que no forman parte del decorado de una serie o de un documental sobre la Segunda Guerra Mundial. Es difícil aceptar que esos cadáveres rotos, en posturas extrañas, en las calles, a las puertas de las casas, fueron cuerpos con vida. Habíamos visto gentes apretujadas en los sótanos y en las galerías del metro, una multitud debajo de un puente quebrado, eran seres humanos que se protegían, pero estos otros ya no lo son, son cosas tiradas por el suelo junto a los bordillos, en los parterres, sobre el asfalto.


Tenemos que reconstruir la escena para imaginar cómo han acabado así, algunos con las manos atadas con cintas: alguien ha entrado en sus casas para robar lo que de valor hubiese dentro (lo vemos en los tanques y camiones que vuelven a Bielorrusia: frigoríficos televisores ordenadores sartenes para vender o enviar a sus casas), han sacado a los hombres a la calle y les han disparado a quemarropa (zachistka, зачистка: busca su traducción del ruso, su significado histórico), alguien que les da menos valor que a los objetos robados. Quién les ha dicho a los chavales que forman parte del ejército del horror que podían hacerlo, dónde han aprendido que se puede matar de ese modo, no a los soldados del ejército enemigo sino a los humildes que no tenían otra cosa que su casa y sus pequeñas comodidades, no muy diferentes a la casa y las comodidades de donde proceden, ¿alguien les ha dicho que podían, que debían matar a la gente de ese país que no es el suyo por 'nazis', o está en la naturaleza de la guerra matar, matar sin más, sin mediación alguna entre la mente y el dedo que dispara, sin esa pausa necesaria en que consiste la humanidad, la pausa que necesitamos para detenernos delante de esas imágenes y contemplar el horror?



Durante los primeros días de la guerra se escribieron artículos en cantidad sobre la necesidad de darle a Putin una salida. Fue su voluntad entrar en un país que no es el suyo con la potencia destructora de un gran ejército. Ha destruido infraestructuras fábricas depósitos hospitales bloques de viviendas, ha disparado contra multitudes que se manifestaban contra la ocupación, ha matado a individuos desarmados que estaban en sus casas, raptado y violado a mujeres y niñas (ahí están las fotografías de mujeres desnudas bajo mantas para que quiera verlas). Ha arrebatado vidas en un número que no se puede determinar, ha destruido a otras psicológicamente (en los alrededores de Kiev ha habido gente que ha estado encerrada en sótanos durante más de dos semanas, sin agua sin electricidad sin comida; fosas comunes, sótanos en Bucha donde los militares rusos encerraban a civiles, los torturaban, les cortaban las orejas, les arrancaban los dientes y los ejecutaban; ahí están las fotos). Les ha robado el futuro durante décadas (la economía de Ucrania ha caído un 40%). Ha dejado a cientos de los suyos sin enterrar, tirados en el campo de batalla. No hay vuelta atrás, todo eso no se puede recuperar, las vidas los bienes la economía el futuro. Ya lo contó Anna Politkovskaya, cuando lo de Chechenia, antes de que la mataran, pero no se la hizo caso. Lo volvió hacer en Siria. ¿Habrá alguien que sostenga todavía que a Putin hay que darle una salida? Existen fiscales tribunales y jueces y cárceles. Esa es su salida. A muchos pueblos les ocurrió antes de ahora: los rusos tendrán que vivir durante un tiempo con la vergüenza de ser rusos.




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